domingo, 6 de enero de 2013

Amanecer de un día afortunado

Como sucede habitualmente en mí, luego de recibir el año nuevo al lado de una lámpara y una buena copa de vino, en medio de una habitación casi vacía y rodeado de recuerdos placenteros y otros de difícil digestión, veo con optimismo ciertas cosas que me provocan tener en cuenta que la humanidad tiene esperanzas de seguir siendo una especie de futuro prometedor. Pese a las continuas premisas de que estamos al borde de la extinción, gracias a ciertos personajes que ensombrecen el panorama, me reconforta formar parte de un mundo que quiere cambios y nuevas expectativas para consigo mismo y los demás. Al levantarme cada mañana, observando desde mi ventana la brumosa atmósfera de fríos edificios y transeúntes indiferentes, una espina me atravesaba el umbral de la conciencia, implorando que los mayas tuvieran razón en sus predicciones. No sucedió. Ni siquiera la tan esperada alineación de los planetas con el centro de la vía láctea. Ni una estrella fugaz ni un cometa ni un ovni ni partes del fuselaje de una vieja nave de la NASA. No sucedió absolutamente nada.

No soy tan ingenuo como para creer que unos comentarios mal interpretados -obviamente por un religioso español amante de la inquisición- tuvieran eco siglos después de su lectura. Vamos, hay que tener medio pulgar en la frente para considerarse un iluminado y desentrañar los misterios del universo como aquellos que gastaron millones en búnkers y clases de supervivencia esperando el juicio final. Más bien, perdieron el juicio con dicho desparpajo. Pero ese no es el tema de este artículo. Mi tema se centra en los cambios que empiezan desde uno mismo, de tomar seriamente la responsabilidad de enmendar los errores o daños que hemos causado a lo largo de nuestra vida, de sentirnos afortunados de ser personas racionales y de libre pensamiento, que nos esforzamos por ser alguien, un individuo con voz propia que destaque del resto. Somos un universo, un cuerpo con emociones, sentimientos y fuerza motriz que nos impulsa a generar satisfacciones propias y ajenas, que transformamos el hábitat y garantizamos la permanencia de nuestra estirpe hacia un mañana mejor.

No soy religioso, eso está claro. Veo las cosas desde otro ángulo, tengo una fe inquebrantable por los hechos que pueden ocasionar grandes cambios y beneficios, mas no estoy de acuerdo con aquellos que desean cambiar las cosas a base de abusos y control que les pueda otorgar el poder. La codicia es un mal endémico que mueve las fibras de aquellos que estamos predestinados a salvar el mundo con esfuerzo mancomunado, sin egoísmos, sin soberbia, sin pedantería. Si tú sabes, enseña al que menos conoce; si tú tienes, comparte con el que menos ostenta. Aunque sea un sol, un pan, un abrigo que no uses. La solidaridad es el camino que ayuda a edificar un mundo feliz. Ni Orwell ni Huxley hubieran supuesto que las cosas serían tan difíciles de aplacar. De alguna manera, Hobbes y Rousseau tenía razón en demostrar que el poder no siempre es limitante en las aspiraciones de los más afortunados. La gente quiere tener más de lo que sus capacidades se los permiten, con astucia, engaños y deslealtad. No hay nada más ingrato y corrosivo que la falta de lealtad entre nosotros mismos. Ya no hay amigos, sino socios.

Las cosas que el vino y la soledad pueden hacer por uno. La reflexión es síntoma de reivindicación, de plasmar nuestros más oscuros pensamientos a la luz pública como herramienta de que algo va a suceder, como un presagio menos doloroso y más esperanzador, del que podamos sacar conclusiones a nuestra inagotable fe por la humanidad. Ni siquiera el asesino de niños en Connecticut, Estados Unidos, ni las hostilidades en Medio Oriente pueden aplacar mi temperamento. La historia parece no enseñar a unos cuantos el verdadero valor de la civilización. Si Dios existe, le pediría que rompiese su juramento y volviera a inundar el mundo con un nuevo diluvio, pero sin pedir a un Noé que repita el plato. O, como en aquella película, que un emisario de las galaxias unidas aterrice en el planeta y dé un ultimátum contra todas las naciones poderosas que utilizan el armamentismo como base para subyugar a los débiles, y no verlas negras frente a un Gort presto a descargar sus rayos destructivos a quien ose impedir su paso.

¿Puede el hombre cambiar? Creo que sí. Es cuestión de cultura, de educación. Sin ambos conceptos, es improbable que suceda todo lo contrario. Por ejemplo, Gringasho, el sicario más joven que se tiene conocimiento en nuestro país. Ha escapado varias veces de la cárcel y le vale madres la sociedad. Son personas que desconocen el significado de la palabra socialización. Generalmente, provienen de familias estropeadas por las circunstancias, carente de valores. Algunos dirán que el mal ya viene en los genes. Es posible. La conducta humana es impredecible, es sólo un impulso neuronal que nos hace a todos inmunes al dolor ajeno, al respeto, a la ley. No tienen sangre en la cara, como se dice. Y si creemos en una sociedad justa, podemos utilizar todos los elementos de justicia que sean necesarios para mantenerlo encerrado y buscar la forma que se reivindique como persona de bien. Sin embargo, conociendo sus antecedentes, sería más efectivo que las autoridades impongan la pena de muerte y acabar con una vida que no ofrece nada y que más bien es una carga que debemos mantener.

¿Una decisión como la que estoy planteando sería una solución certera? Quizá provoque más fuego al incendio. O te regeneras, porque ya sabes lo que te espera, o haces de las tuyas sin importar nada más y al final te ganas un boleto al sueño eterno proporcionado por el Estado. Tu nombre será recordado. Hablarán de ti. No por lo que hiciste, sino porque fuiste "víctima" de la intolerancia, de los derechos humanos, de la democracia, del Opus Dei. ¿Y los que se vieron perjudicados por dichas joyitas? Las verdaderas víctimas, los que perdieron la vida o los que fueron despojados de su honor y la confianza a la autoridad, la que debe velar por nuestra integridad moral y física.

Premiamos a las malas hierbas. Condenamos a quienes hacen justicia porque no la encuentran en las instituciones dedicadas a ella. Aplaudimos el escándalo, la viveza, la corrupción; bajamos el dedo a los que se esfuerzan por llevar seguridad a sus familias, a los que han estudiado una carrera con honestidad y sacrificio, a los que empezaron de abajo construyendo un sueño, SU sueño, y no nos importa ya que nos pesquen con los pantalones abajo abusando de una menor o recibiendo una coima en una restaurante o pidiendo favores o lo que fuere. Pero creo en la humanidad, creo en su propósito de existencia, creo en las cosas que la hacen especial. Un año que termina no puede menoscabar nuestros ánimos y dejar que unos cuantos nos agüen la fiesta. El camino es largo. Recién empieza. Y si queremos llegar a la meta, hay que enfrentar los obstáculos bajo un criterio más colectivo sin descuidar lo personal. El hombre se crea a partir de preceptos, de leyes inalterables a su condición, de estandartes que lleva en su conciencia y no en los dictados de un documento o una norma preconcebida por sociedades castradoras y monopolizantes. El futuro depende de nosotros. Luther King dijo: "Tengo un sueño". Yo también. Es ver un mundo sin fronteras, sin discriminación, sin rencor, sin revanchismo. Un mundo donde pueda despertar cada mañana y ver a mi vecino ayudando a otro sin recibir nada a cambio; donde una mujer pueda sonreír sin ocultar un golpe en el ojo; donde un niño pueda recibir amor y cariño de sus padres sin convertirlo en una basura a los 17 años, queriendo matar a los demás. Donde un presidente diga la verdad y no engañe, donde podamos ser llamados amigos y no socios. Ese es mi sueño. Ojalá.

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