sábado, 18 de mayo de 2013

¿Qué te parece si...?

Muy tarde, los flamencos obtuvieron el beneficio de la duda al pronunciar el discurso de cierre de campaña previo a las elecciones internas de su partido, cuyo actual líder tenía la ventaja de alzarse nuevamente en el cargo, Vladimiro Stanislao Payet, con la posibilidad de postular a la presidencia de la república. Como hombre de prensa, tuve la suerte de ser invitado a una fiesta privada, llena de ensalzados discursos proselitistas, no exento de interminables brindis y bocaditos a granel. El plato principal consistió en pequeños canapés rellenos con pulpa de langosta y unos laminados de algas que cubrían un fino corte de salmón ahumado al curry. Para que no sea tan monótona la velada, varios bailarines ataviados con pintorescos trajes típicos de Estrasburgo, se sometieron a una dura disciplina de versatilidad y dominio de escena. Las bebidas iban y venían y el alcohol ya estaba haciendo estragos entre la concurrencia, que ya habían imitadores de Michael Jackson queriendo agradar al jurado improvisado de cada una de las mesas del salón.

Había una pareja que no dejaba de aplaudir al ballet, queriendo participar de la comitiva que ya se había puesto alrededor de la pista de baile; al otro lado, una mujer trataba de seducir a un jovencito, el hijo de uno de los miembros del partido flamenco, quien luchó hasta el final no caer entre sus garrar y evitar así su aliento de ultratumba. Mientras tanto, era yo quien se terminaba las porciones de canapés, que no tuve reparo en asirme de ellos más unos cuantos que me guardaba en la billetera.

Una joven mujer, de belleza sencilla, considerada como el resurgimiento del Renacimiento, bebía sola en un apartado del gran salón. Me acerqué a ella y empezamos una plática nada empalagosa ni estereotipada. Ni siquiera sabía qué estaba haciendo aquí, de no ser por su padre, aquel otro cabecilla rebelde hoy convertido en congresista. La joven explicaba un sinfín de entuertos hacia el sistema capitalista que, de solo escucharla, se me erizaba la piel, por su franqueza y objetividad, que a muchos nos caería bien de vez en cuando. Salimos a la terraza y contemplamos la luna en su máxima expresión. "En algún lugar alguien debe estar aullando", dijo. Fue el momento propicio para estamparle un beso de aquellos que recordaría por el resto de su vida, no por el hecho de ser el mejor en la historia, sino por lo atrevido y descarnado.

Terminado el jolgorio la joven tuvo que acompañar a su padre; yo seguí devorando lo que quedaba en las bandejas, y que más tarde comprendí mi mala elección porque pasé el fin de semana vomitando un almuerzo de 1987. Mucho mejor me fue con la joven, que averiguó mi número telefónico y decidimos salir a tomar un café. El café fue pretexto para conocer a fondo sus verdaderas intenciones. No se trataba de sexo, para mi mala suerte, sino que deseaba que formara parte de la campaña presidencial del líder flamenco. Se había tomado la molestia de rebuscar entre mis archivos personales si realmente era el indicado en asumir el puesto de asesor y responsable del servicio de informaciones del partido.

La joven me presentó a la crema y nata flamenca, toda ella pasaba los setenta años y aún mantenía el vigor de una juventud airosa e inconformista. Su padre, un tipo corpulento para su edad, me apretó la mano tan fuerte que aún no puedo amarrarme las agujetas sin antes chillar como una morsa en celo. El líder, un hombre de cabello cano y porte distinguido, me recordaba mucho a Jeremy Irons. Su voz engominada de caballero inglés no era otra cosa que la cereza sobre el pastel, una táctica muy empleada para conquistar adeptos a su causa. Sin embargo, esas cosas no surten efecto conmigo. La naturaleza me había proporcionado la suficiente desconfianza para tomar las cosas con cautela y no impresionarme con refinadas maneras que lo hacía ver todo muy artificial. "¿Un canapé?" Preguntó. "No, gracias", contesté.

La conversación se derivó a recetas de cocina y a justificar sus acciones militares en los años 60, cosa que me pareció no venir al caso porque yo nací una década después. Payet, al menos, tenía sentido del humor y rió a mandíbula batiente por mi réplica, cosa que no fue bien vista por el resto de su séquito. Siempre trato de bajar los ánimos ceremoniosos de quienes me rodean, por tal razón a veces no me toman en serio; aun así, me vale madres y no estoy dispuesto a compartir las mismas ideas socialistas y trasnochadas de unos vejetes acomodados gracias a su hipócrita visión del mundo globalizado. Pasamos luego a las verdaderas intenciones que habían hecho de mi presencia un acto importante en su recargada agenda empresarial. La estrategia que debería utilizar para la campaña presidencial. Yo había escrito un ensayo sobre política partidaria y su función en la decisión del pueblo antes de votar. Todo un discurso panfletario que muchos críticos osaron lapidar con una rotunda censura en los quioscos donde se vendía. Al menos, con las regalías pude recuperar la inversión que me costó su publicación.

En fin, me estoy desviando del tema. Payet creyó conveniente emplear todo mi armamento de difusión y propaganda con el fin de colocarse entre los primeros lugares de aceptación popular, demostrando científicamente que la estrategia del caracol era la mejor opción para ganar las elecciones. Con paciencia, cálculo y mucho puño en cuanto al mensaje utilizado, podría hacer una buena campaña y llegar a las urnas con el mayor porcentaje de los votos y alzarse como el nuevo presidente de la república. Con el visto bueno de los presentes, una vez más estaba constituyendo una empresa productiva y de largo aliento. "¿En serio no quiere un canapé?", sugirió Payet. Mi respuesta fue como siempre, un rotundo no.

Al finalizar la noche, la joven me acompañó hasta mi casa en su auto. Nos besamos e hicimos el amor cinco veces y una vez más para confirmar si todo eso no fue más que un sueño. Afortunadamente, mis días de esclavo capitalista dieron sus frutos y pude vivir una temporada con un salario enriquecedor que me proporcionaba el partido. Sin embargo, terminados los comicios, la joven dijo que lo nuestro no daba más. Claro, luego de que Payet ganara las elecciones, ni siquiera mi esfuerzo fue retribuido con un ministerio o al menos un cargo cercano al gobierno. Así son las cosas, pensé. Creo que debí aceptar ese canapé. Ahí estaba el secreto de mi frustrado ascenso al poder.

No hay comentarios: