viernes, 1 de enero de 2016

Anotaciones de nuevo año

Pasada la tormenta, Carlos M. Alarcón se dispone a saltar desde lo más alto de la torre de Dubai. Ya había dejado de lado las inseguridades y sobresaltos de los últimos meses y se embarcó en otros asuntos que lo obligaron a dejar momentáneamente este blog. Como si fuera poco, este silencio prolongado sirvió para canalizar sus energías en un productivo trabajo editorial, que dedicó horas de su tiempo y esfuerzo en cumplir las metas establecidas. Quizá tuvo que anteponer esta responsabilidad con lo personal, sacrificando eso que llaman "amor" y de las posibles exigencias que toda mujer busca en un hombre: dedicación exclusiva. Pero para Carlos M. Alarcón esas cosas no corresponden a su manera de pensar. Siempre fue un lobo estepario atrapado en un yuppie en ciernes; una orquídea en medio de un campo de rosales; un satélite orbitando a miles de años luz del Sistema Solar sin saber a ciencia cierta cuándo ni dónde caería sobre la Tierra. Simplemente, era él mismo. Se acostaba con una de las mejores escorts de Lima sin importarle lo que ello pudiera significar. Mientras tuviera dinero para pagarle, ambas partes estarían satisfechas.

Su vida me recuerda a las primeras películas de Fellini, con Mastroianni. Se sentía un Marcello Rubini, escondiéndose entre las sombras de su satisfacción egoísta; o un Guido Anselmi atrapado en una suerte de confusión existencial, que muchos interpretamos como un escape de sus propias frustraciones y desengaños. Tenía mucho de Alvy Singer, Sandy Bates y Isaac Davis, por nombrar a tan emblemáticos personajes de su cada vez más desactualizado ídolo de madurez emotiva, Woody Allen. Pero, a decir verdad, él era realmente un Charles Foster Kane tratando de volver a sus raíces, a su Rosebud perdido, cuyos recuerdos desea olvidar no sin antes mantener su suscripción en Netflix.

La única vez que lo vi confundido fue tras la proyección de El despertar de la fuerza. Ahora entendía por qué Jar Jar Binks fue apabullado en aquel entonces. Fue tal su decepción que nunca perdonaría a George Lucas por arrodillarse ante un ratón cínico y antisemita. "Nada personal, solo negocios". Por lo general, Carlos M. Alarcón vivía como Chuck Noland dentro de su propia isla mental. Aunque no tendría la compañía de Wlson, claro está que el silencio que experimentaría lo haría ver realmente irreconocible.  

Muchos son los que no valoran a Carlos M. Alarcón. Me incluyo. No salgo de mi asombro las veces que tocaba a mi puerta suplicando que quemara sus escritos, un ramillete de novelas inconclusas, guiones de cine y de teatro, que no entendía cómo podría deshacerme de algo que ni siquiera tenía un valor significativo para las futuras generaciones, y que jamás gastaría un fósforo solo por cumplir un capricho. No. El tiempo se encargará de olvidarlo. Y eso no cuesta nada.

Sin embargo, desde lo alto de la torre de Dubai, Carlos M. Alarcón ha comprendido que no le importa nada más que él mismo. No nos necesita, ni tampoco necesitamos de su voz ni de su espíritu ni de su cognición. Ha demostrado ser capaz de llegar tan alto sin que nuestras palabras pudieran hacer mella en él. Es un sobreviviente. Y eso hay que reconocerlo.

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