viernes, 22 de agosto de 2008

¿Qué hacer con el poder? (II)

Creo que el verdadero genio de toda esta nueva ideología progresista fue Vladimiro Montesinos. Él era el verdadero presidente, oculto en las sombras, moviendo los hilos y haciendo y deshaciendo a su antojo lo que “era políticamente correcto para el país”. Una figura siniestra, huidiza, casi inexistente. ¿Por qué Fujimori confiaba tanto en él? Como en toda teoría de la conspiración, algo debía saber el Doc del chino para que lo tuviera agarrado del kimono.

El gobierno estuvo bien hasta 1995. Es extraño, pero, a pesar de las “buenas” referencias que tenía de Fujimori, jamás voté por él para su reelección del 95; ni siquiera para el 2000. Mi corazoncito socialista me lo impedía. Aunque tuve la desfachatez de votar por Rafael Rey cuando se lanzó de congresista para el CCD, cosa que ahora me arrepiento porque dicho personaje se ha embobado con el poder y ya sabemos cómo ha terminado. En fin, a partir del 95 las cosas se salieron de control. Acusaciones sobre derechos humanos, control total del Estado, autoritarismo y represión. Dicen que en ese período no había huelga. Claro, si tenía a los sindicatos cogidos del pescuezo con el bendito “trabajos por honorarios” y si reclamambas... aparecías en Cieneguilla, dentro de una bolsa negra y con un tiro en la nuca.

Pasado el fragor de la victoria, vinieron las trompetas de retirada. La aparición del famoso videito, la dimisión por fax, el sabor amargo para algunos correligionarios que veían cerrárseles el caño del dinero, la destitución de un par de congresistas elegidas democráticamente pero por sus supuestos vínculos directos con el cabecilla, cambiaron el panorama del país. Vino Paniagua y volvimos a lo mismo de hace veinte años. En vez de seguir con lo ya obtenido, las rapiñas de antaño tomaron el timón... y nadie dijo nada.

Luego vino la esperanza de los ricos y poderosos, de los que dejaron de recibir “ganancias” a lo largo de esa década, los que hicieron cargamontón contra el chino, que había devuelto la confianza de las inversiones extranjeras; que había pacificado el país; que le dio otro rostro al país, el país de la combi, de los ambulantes, de la informalidad... “chino, chino, chino”: Alejandro Toledo.

Toledo ya había saboreado previamente una campaña electoral, con resultados indignos de ser considerados dentro del cuadro de mérito de las elecciones. Pero ante tanta divergencia, caos e inmoralidad, aparece este insigne diplomado de Harvard y Stanford, que vendía tamales en sus horas libres dentro de los claustros universitarios, con una hermosa mujer de origen israelí y su adorable Chantal. Vamos, el hombre ya se había separado y mantuvo un affair fugaz con la Orozco, de donde surgió la “paquita” Zarahí. Por conveniencia, cuando las encuestas favorecían al “cholo sano y sagrado”, tuvo que hacer su pacto bajo la mesa para guardar las apariencias de una bonita familia.

Ya sabemos qué pasó con los susodichos personajes. Y apenas terminó su gobierno, la gringa se mandó a mudar. Lo único claro que quedó de ese quinquenio, fue pagar favores a quienes le dieron la llave de la casa de Pizarro. Toledo fue un pelele y un improvisado. Ni qué decir de sus escapaditas y la resaca que se le notaba en el rostro al sostener una reunión pactada a las 8 de la mañana, y el señor se aparecía a las 10. En fin, las contradicciones de la vida te hacen observar cómo la gente cambia apenas sucumben con la opulencia.

(Continuará)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Debemos hacer algo pronto para remediar esta situación