domingo, 3 de junio de 2012

Decisiones

Después de varios años de convivencia, mi mujer y yo decidimos separarnos. Luego de pasar  mucho tiempo juntos, era improbable que tomáramos caminos separados y demostrar que estábamos hechos el uno para el otro. Es curioso cómo pasan las cosas. Ni siquiera fue un tema de infidelidad ni de insatisfacción, simplemente se agotó lo que ofrecíamos y preferimos dejar los discursos y los dramas para entendernos como personas adultas. No puedo negar que sigo enamorado de ella, aunque sea insostenible verle la cara al despertar. Ella piensa lo mismo. Su cariño por mí es tan singular que prefiere ver mi rostro en una estampilla postal camino a la Siberia, sin mencionar que su apetito sexual no era más que una escaramuza para evadir responsabilidades mayores, como pagar la cuenta del teléfono o reventar la tarjeta de crédito comprando en Vivanda.

Las únicas que salen perdiendo son mis hijas. Ya no tendrán a su padre todos los días, que las haga reír en el desayuno o juegue con ellas antes de dormir. Están tristes y aún no comprenden que nada tiene que ver con ellas. Prometen portarse bien y jamás volverán a echar crema de afeitar a mis pantuflas. ¡Qué tiernas! Pero no, les digo que tendremos los fines de semana para estar juntos y salir a pasear y hacer todas esas cosas locas que hacíamos mientras aún vivíamos juntos. Su madre se echa a llorar porque es lo más tonto que ha escuchado en su vida. No la culpo. Es demasiado sentimental. El día que se quemó la tortilla, tuvo que ir al psiquiatra porque pensaba que algo malo sucedía con la cocina. Por eso decidí cocinar y ocuparme de la casa, mientras ella trabajaba, así tendría más tiempo para escribir y cuidar de las niñas, que son un tesoro nacional y despiertan en mí los instintos más paternales que puedan existir en un ser humano.

Éramos tres niños jugando a la comidita, a las escondidas y a la rayuela. Claro, luego tenía que tomar suplemento vitamínico para mantenerme en forma y soportar ocho horas seguidas de mucho barullo. Sin embargo, me divertía horrores con ellas. Son mi adoración. Una de ellas pensó venirse conmigo, pero eso ocasionaría que mi otra hija sintiera el impulso de querer seguirla. Deben estar con su madre, aunque trabaje y las deje al cuidado de una nodriza. A no ser que haga lo mismo que Robin Williams en esa película. Nada. Se darían cuenta del engaño y no creo que a mi mujer le guste la idea. Hasta pensaron construir una casa sobre un árbol para que yo pueda vivir ahí y así no estar muy lejos de ellas. Les dije que no era necesario. Alquilé un departamento al otro lado del parque y que con un telescopio podríamos vernos a través de la ventana. Les pareció sensacional.

No puedo estar alejado de mis hijas mucho tiempo. Mi mujer lo sabe. Aún no tenemos fecha para el divorcio. Creo que no lo hemos pensado con detenimiento. Tengo la esperanza de que volvamos a estar juntos. Tal vez esta separación sea necesaria para comprender y sacar en limpio las ambigüedades que subsisten en nuestros sentimientos. Mi suegra ya no es más una amiga y confidente. Cree que yo tengo la culpa de todo esto. No le reprocho que me tilde de haragán y descuidado. Lo que no permito es que me considere un mal padre. Doy todo por mis hijas, aunque no lo quiera reconocer. Le invito una gaseosa con un poco de soda cáustica. Es inmune la condenada.

La habitación se hace más grande estando yo solo. Ya no escucho los pasitos de las niñas ni la risa de mi mujer cada vez que se me escapaba un chiste malicioso. Estoy solo, en un dormitorio aún sin muebles, con un colchón recién comprado, anatómico para cuidar mi espalda. No me hace feliz separarme de esas tres mujeres, pero algo debo sacar en conclusión. Desearía ser más hombre y decirle a mi mujer que la culpa es mía, así no tuviera la razón. Jamás permitiría que yo asumiera la responsabilidad de nuestro fracaso. Pero no lo veo como un fracaso. Tengo tiempo para pensar y asumir otros retos. Durante este largo silencio, que no he tenido nada de qué hablar por medio de este blog, apenas puedo hilvanar ideas y lo único que atino es liberarme de este dolor que me aprisiona el corazón. Soy humano después de todo. Mis hijas me lo agradecen todas las noches antes de dormir. Sus vocecitas a través del teléfono me parten el alma. ¿Qué puedo hacer? Solo esperar a que llegue el sábado y poder salir y jugar en el parque o con sus muñecas. Mientras tanto, aún sigo de pie, esperando la oportunidad de ser reconocido y admirado, no por mi arte, sino por la dedicación que le brindo a mis hijas.

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