sábado, 2 de marzo de 2019

Sexoadictos anónimos: La chica del piercing en la nariz

No sé cuándo empezaron a interesarme estas cosas. Dicen que, al momento que nos llega la menarquia, todo cambia dentro de una; pero es a los catorce cuando puedo decir que experimenté por primera vez lo que era la sexualidad... mi sexualidad. Fue con el amigo de mi hermano, tres años mayor que yo. Siempre he sido muy campechana con las personas y la confianza empezaba desde el hola inicial hasta que tomaba forma con el paso de las horas. Esa misma noche, a solas en su casa, el chico me quitó las bragas y acarició mi entrepierna como si se tratara de un DJ rasgando un vinilo sobre el tornamesa. Fue una sensación rara, rica y envolvente. Desde aquella vez no pude detenerme, quería más sin darme cuenta que se estaba gestando en mí una adicción que me costaría caro a la larga. Al poco tiempo, sin embargo, el chico se aburrió de mí o yo de él, no lo sé, porque no volví a verlo; tuve que recurrir a otras amistades de uno u otro sexo o, a solas, en mi dormitorio, tocándome yo misma, mientras revisaba páginas porno de la Internet. Me imaginaba en una de esas, mostrándole al mundo de lo que era capaz.

Sin ánimos de vanagloriarme, ya a los dieciséis contaba con veintiocho amantes furtivos y uno que otro enamoradito que me ayudaron a explorar más mi morbo. Recuerdo un domingo, cuando en aquella época aún iba con mis padres a misa, el tío de un compañero de colegio se animó a acompañarnos. Se sentó a mi lado y entendí que sus caricias iniciales no eran otra cosa que una invitación a su dormitorio. Me tocaba el hombro o el muslo luego de un comentario gracioso que se me ocurría en ese momento, que le seguí el juego a vista y paciencia de mi madre, que notaba cierto coqueteo en ambos. ¡Por Dios, Mateo, es una niña! era lo que se traducía en su mirada. Para no aburrirlos, me dejó su teléfono y acordamos vernos antes de que su mujer regresara de viaje. Y lo hicimos no sé cuántas veces esa tarde. Estaba desatada. Fue mi primer anal y no pude negarme a cualquier cosa que se le ocurría a este semental de pelo en pecho y enorme cremallera. Fueron las seis horas más intensas que tuve. A diferencia de los chicos de mi edad, el hombre sabía cómo exprimir los sentidos a una mujer. Dicen que la edad te enseña y la experiencia que destilaba de sus poros era de antología.

A los veintiún años puedo decir que he vivido más que cualquier chica, inmersa detrás de una computadora o un libro. Yo me dediqué a deambular por el mundo; bueno, es un decir, porque no salía de Lima, solo daba pasos agigantados lejos de los míos, quienes entendieron que no cambiaría por las razones que ellos creían. Sin duda, le echaban la culpa a las malas juntas y a la marihuana. Ja, ja, ja. ¡Si supieran! Pero ya estaba señalada. A los diecinueve me puse el piercing y me tatué el muslo izquierdo con el símbolo de Prince, mi héroe.

No dejaba de cogerme a cuanto hombre se cruzaba en mi camino. Lo hacía hasta ocho veces diarias, con uno o más hombres a la vez. Solo descansaba en Semana Santa, porque, aunque piensen lo contrario, soy una devota católica. Era demencial. Pude hacerle el favor al párroco del barrio, un hombre entrando a la treintena de la vida, guapo, atento y servicial; pero, lamentablemente, ya sabemos que sus gustos diferían a los de cualquier mortal y eso, para mí, era un despropósito que se debería tomar en cuenta a la hora de bautizar a un niño.

Una chica me recomendó cobrar y dedicarme a esto, si tanto me gustaba. Le dije que no en un inicio, pero la tentación por la comodidad que representaba pudo más que mis principios. ¡Y vaya que sí fue productivo! En un día ganaba más que mi padre en un mes. Y su sueldo no era poca cosa. En menos de un año fui la escort más solicitada del medio. Conocí artistas, cantantes y futbolistas; pero nunca me consideré exclusiva para ninguno de ellos, a pesar de que la mayoría pagaba bien. Mis deseos eran demasiado volátiles y desinhibidos para desperdiciarlos por una sola pieza. Y las he tenido de todos los tamaños, formas y colores. Sí, aunque no lo crean. Uno de mis clientes, un coreano jugador compulsivo, tenía un pene del tamaño de mi dedo meñique, que el condón se le resbalaba por entre las bolas. Tuve que usar una bolsita de marciano para que encajara. Sí, estoy exagerando. Muy diferente al de un moreno de esos grandotes, que se dedica a cuidar el ingreso de una de las discotecas más exclusiva a la que asistía. Siempre me dejaba entrar no sin antes darle su respectiva "propina". Su pene era cuatro veces más grande que la de aquel coreano. Ese sí me hizo gritar... No de dolor, claro está.

Las cosas se salieron de control cuando los clientes empezaron a exigir cosas más raras y agresivas. Me ataban a la cama, me escupían, me quemaban la espalda con cera de vela, me abofeteaban o me orinaban encima. Uno casi defeca encima mío, si no fuera por mi insistencia de no hacerlo. Así me hubiera pagado seis veces más de la tarifa habitual, no le entraba a eso. Ya les dije que podía hacerlo con más de uno a la vez. Hasta ahí llegaba. Fue cuando decidí parar. Escuché de este servicio de terapias y la primera vez que puse un pie ahí creí que me juzgarían por lo que era. Todo lo contrario. Aquí somos iguales, pero no puedo evitar sentir una atracción casi mórbida por mi coach. Tiene sus años, y eso lo hace más interesante. Pero no, estoy aquí para buscar ayuda no para fomentar la desunión. Mis compañeros son encantadores y patéticos como yo. Eso me gusta. No soy la única que se ve como bicho raro.

Debo confesar que hay algo especial en mi coach. Escucharlo se me eriza la piel y no puedo reprimir mis deseos. Voy al baño y descargo toda esa complejidad que me consume. Es doloroso. Puedo sentirlo ahora. Ese placer inicial se ha convertido ahora en un calvario que difícilmente puedo aplacarlo con una simple caricia. Y creo que se ha dado cuenta de ese sufrimiento, pero no dice nada o no quiere involucrarse en mi juego. No exijo lo que no se quiere. Lastimosamente, regreso a mi silla y sigo sin entender qué hago aquí si aún no puedo controlar mis impulsos. Necesito ayuda.

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