viernes, 1 de marzo de 2019

Sexoadictos anónimos

Los rostros de cada uno de los presentes denotaba un estado de ánimo que no era precisamente de satisfacción. Al menos dos de ellos tenía el semblante desencajado que ni siquiera el café más cargado podría aliviar. La joven a su lado, con un piercing atravesado en los orificios de la nariz, masticaba un chicle que a duras penas ocultaba su mal aliento y el otro, dos sillas detrás de ella, parecía más un zombie que un paciente aniquilado por la mala noticia que pesaba sobre su organismo.

Al final de la hilera, una voluminosa mujer, ama de casa, pasada las cuatro décadas y con unos cuantos años de soportar la vorágine de su anterior relación, no se contentaba con ser el centro de comentarios maledicentes que llenaban aquella sala rectangular. Sus manos rechonchas debajo del suéter, ocultaban el sudor de la vergüenza, tiempo atrás dedicadas a las actividades domésticas, y que ahora eran parte de una culpa que surgía noche tras noche entre sus piernas, como cosquilleos inequívocos de un deseo desenfrenado y difícil de detener con solo una zanahoria.

El hombre frente al podio, de mirada juiciosa pero comprensiva, se dirigió a los presentes con uno de sus habituales discursos de bienvenida, especialmente para aquellos que recién se acoplaban al grupo. Lo había repetido cientos de veces cuando inició las terapias, cuando él también fue esclavo del sexo y su conducta ocasionó perderlo todo. Ya estaba habituado a tratar con gente que pedía a gritos una solución a sus problemas. No tenía todas las respuestas, eso era evidente, pero al menos -pensaba- era un bálsamo momentáneo para aquellos que buscaban la redención.

Sus horas más oscuras las afrontó junto a una prostituta que le llenó la cabeza de sueños y fantasías, resaltando su bien pronunciada masculinidad y su insaciable apetito que aumentaba horas tras horas en una pequeña habitación de hotel. La mujer sabía cómo conquistarlo, era su oficio, a cada paso que daba su cartera iba acumulando ganancias y no le importaba si su hombre desfallecía de cansancio, era su vida, pensaba en sus propias necesidades con las que podía dormir tranquila. A él tampoco le importaba, su adicción era superior al clamor de ser salvado.

Afortunadamente, eso quedó atrás. Fueron años destructivos y nada provechosos. Lo supo luego de que su mujer lo abandonara, dejándolo sin hogar, sin hijos, sin amigos. Uno de ellos fue finalmente quien se ocuparía de ella y los niños. Fueron a vivir lejos, sin recurrir a la justicia. Simplemente desaparecieron. Los años posteriores fueron de iluminación. Encontró la luz, y no esa luz que todos piensan, al entregarse a Dios y demás mitología pueblerina. No. Aprendió a controlar sus impulsos bestiales hacia algo más productivo, más enriquecedor. Se vio a sí mismo como ejemplo de lo que era la degradación humana, proclive a las tentaciones más inverosímiles y gestantes de un universo repleto de falsas expectativas y retorcidas satisfacciones. Y ahora estaba aquí, junto a este variopinto ramillete de patéticas criaturas que, como en su caso, perdieron la dignidad por un poco de "cariño".

A medida que avanzaba en su discurso, la chica del piercing en la nariz hundía las uñas en las piernas y trataba de no ser tan evidente al retorcerlas víctima de una espontánea venida de fluidos. No dejaba de mirar a su interlocutor con mirada agresiva y desprovista de todo el sentido del respeto. Sus sueños la hacían volar hacia otra dimensión, mientras la mujer voluminosa lloraba en silencio escuchando las palabras de aliento que profesaba el coach. Dos mundos distintos, pero con el mismo sentido de liberación que cada una encontraría a su manera.

Tuvo que pedir permiso al baño para, antes de mojarse la cara, descargar toda la exacerbación contenida, escondida en el retrete, oscilando la punta de sus dedos sobre el botón rojo de su entrepierna, que marcaba "Alerta" a cada sacudida corporal. Tuvo que cubrirse la boca para aplacar el gemido lastimoso y reconstituyente que la devolvió a la calma y al mismo vacío que había vivido con ella durante varios años. 

Esta historia apenas comienza.

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