I
Cuando Alejandra tuvo un colapso nervioso en vista de que
sus compañeras de trabajo hablaban mal de ella a sus espaldas, se dio cuenta
que no necesitaba de nadie que le estuviera recordando la clase de mujer que
era. Cualquiera podía tener errores; pero no era para tanto. No fue sino hasta
la celebración de El día del peinado afro que se vieron inmersos en una
disyuntiva: ¿quién organizaría el almuerzo?, cuando se dieron cuenta de que ella
no se había presentado a trabajar. Fue la primera vez que sentían la necesidad de
tenerla a su lado porque era quien definía el estilo y el glamour de la oficina.
Sabía organizar y dirigir todo lo concerniente al tipo de comida, personal y
vajilla que utilizarían. Se dieron cuenta que, pese a todo, sus intenciones
eran loables y desinteresadas, era la única que podía hacerlo y, dejando de
lado las rivalidades, hicieron todo lo posible porque ella estuviera presente. Sin
embargo, su teléfono nunca devolvió las insistentes llamadas. Ese día no tuvo mejor
idea que darse un respiro y pasear en su descapotable por el circuito de playas de la Costa Verde, recibiendo la fresca brisa del día. Le importó un
carajo no ser bien recibida y le importó otro tanto más el tener que buscar su
propia tranquilidad a expensas de arriesgar su empleo. De tripas corazón, como
se dice. “Ya encontraré otro trabajo”.
II
Algunos políticos son tan caraduras en señalar a sus
adversarios como terroristas, con el fin de que el elector los rechace por el
temor de que ciertas ideologías vayan en contra de la democracia. ¿Acaso no son
ellos los terroristas y antidemocráticos al manipular vilmente la memoria
emocional del público con semejante título? Ser comunista o socialista en el Perú
es sinónimo de terrorista. Un neologismo recurrente cuando no se tiene
argumentos sólidos para debatir con inteligencia. Es fácil insultar y acusar
sin pruebas, porque en eso se ha convertido la política, en un mero reality
show, donde desfilan toda clase de variopintos personajes que prometen mucho
sin una base que lo sustente. Pena de muerte, lucha contra la corrupción, son
frases que hemos escuchado y seguiremos escuchando; pero lo más patético es que
todavía existe quienes creen que eso podría ser la solución. Habría que preguntarse
cómo van a hacerlo, si nuestra justicia no se asoma siquiera a los ideales que
se quiere conseguir. Las utopías son contraproducentes, los festejos por
adelantando también. El cinismo de unos es la herramienta de otros, se aprovechan
del descuido popular para seducirlos y llevarlos de la mano hacia el lado
oscuro de la fuerza, con sutilezas nada sutiles cuando de ganar se trata.
III
El reloj marcaba las siete y veinte. Era una típica mañana
de verano, con un tímido sol que deseaba dejar atrás las tenues nubes color
smog; pero para Horacio era el final de una pesadilla que se había dilatado
durante la madrugada. Sin lograr conciliar el sueño por los extraños ruidos que
sucedían uno detrás de otro, insistentemente, al otro lado de la habitación,
era para volver loco a cualquiera. ¿Ratas?, pensó. ¿Algún insecto rastrero, tal
vez? La limpieza era su mejor carta de presentación desde que se mudó a ese edificio
que le vendieron como lo último en acondicionamiento y seguridad ambiental, que
era imposible que haya un bicho merodeando dentro o fuera de su departamento. Buscó
en cada rincón, en el baño, en la cocina, en su propio dormitorio; pero, nada,
carecía de todo olor reconocible que invitara a cualquier alimaña a pernoctar
como Pedro en su casa. Aunque ningún otro vecino se quejaba de ello, porque
eran los primeros en difundir la alarma a través del grupo de WhatsApp, esta vez
el bombardeo de mensajes brillaba por su ausencia. “Debo ser solo yo el que tiene
este problema”, dijo en voz alta, mirándose en el espejo luego de refrescar su
rostro con agua del grifo. Aunque quiso ignorar la situación, cada veinticinco
minutos regresaba ese molestoso e intrigante ruido sincopado. Había establecido
un patrón de tiempo que su preocupación ya no era el origen del mismo, sino de que
cada intervalo se activaba tal cual reloj suizo. Ese día, luego de recuperar el
sueño perdido y salir a comprar algo para el almuerzo, vio que del departamento
de al lado, su vecino despedía a una hermosa mujer con un vestido que mostraba
más carne que recato. Y lo entendió todo cuando aquel hombre lo miró y le guiñó
un ojo con una sonrisa cómplice.
IV
La espera se había hecho más que insoportable. El público
estaba impaciente y algunos reclamaban con justa razón el inicio de la función,
programada para las 8:15 de la noche y ya habían transcurrido más de cinco minutos.
“Al menos, que pasen los avances”, dijo una joven, que ya había consumido la
mitad de su combo. “Dijeron que hoy pasarían el tercer tráiler de Black Widow”,
dijo otro. El acomodador les pidió paciencia y les explicó que el distribuidor
se había atrasado con el envío de la película. “¿Cree que estamos en 1986?”,
vociferó un hombre en avanzado estado de descomposición. “Ahora todo se descarga
por Internet”, dijo otro menos jovial que el anterior. Pero era cierto, a pesar
de la tecnología de estas nuevas multisalas, el distribuidor solo había
considerado unas pocas salas de cine para el estreno de lo que muchos críticos llegaron
a llamar “el peor fiasco del año”, y no tendría la repercusión esperada en el circuito
comercial local. Valgan verdades, cualquier bodrio es bien recibido por la
audiencia, y las buenas películas pasan directamente a Netflix. Precedida por
una pobre taquilla -obtuvo 200 dólares de un presupuesto de 10 millones-, la película
en sí era un refrito de Lo que el viento se llevó, con algunas pinceladas
de El transportador, Holocausto Zombi y El club de la pelea.
Es dirigida por el realizador chino Sin Too Hron, recientemente asimilado a Hollywood
Babilonia sin más antecedentes que dirigir un corto animado en Corea del Norte.
Ambientado en un pueblo ficticio a las afueras de New Hampshire, cuenta con el
cameo de Kevin Spacey repitiendo su rol en Sospechosos Comunes y la voz en
off de Lindsay Lohan como la narradora de uno de los seis episodios que comprende
esta joya del séptimo arte. Imperdible para noctámbulos.
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