miércoles, 2 de noviembre de 2011

La reunión de los hombres ilustres (Parte 9)


Contra reloj

Número 1 había regresado a Lima luego de enterarse de la muerte del bibliotecario. Las vacaciones podrían esperar. Se reunió con nosotros, en el estudio que Número 2 tenía dentro de la universidad donde trabajaba. Nadie nos molestaría y sería ideal que propusiéramos alternativas para desenmarañar este enigma. Si bien es cierto había muchas incongruencias respecto al caso, no podíamos negar que una mano negra dentro del Triunvirato había alterado el normal desarrollo del mismo. Pero, ¿quién podría estar detrás de todas estas muertes? El Gran Hermano era una posibilidad, aunque estaría quebrantando la confiabilidad de su propia organización, cosa que perjudicaría al resto de miembros. Tal vez, pensó Número 2, su propósito era precisamente desmantelar a la institución, mostrarla como el bicho raro que es ante los ojos del mundo y hacerla desaparecer por fin. Era una aseveración algo antojadiza, pero no estaba exenta de realidad. Lo más interesante de todo esto es que el Gran Triunvirato no se había reportado ni manifestado por los incidentes, como para alertarnos de un posible complot en contra nuestra. Se lo había tragado la tierra. Y como diría Número 1: su silencio era comprensible ante la serie de eventos que habíase desencadenado. El cómo y el qué eran obvios; pero faltaba el por qué.

Propuse regresar a la escena del crimen y encontrar pistas. Debíamos saber qué habían encontrado los forenses y los criminalistas tanto en el hotel como en el accidente del vicario. Si el monaguillo estaba vivo, él podría dar más luces al respecto, porque solo nos basábamos en la información del periódico, que dicho sea de paso carecía de más datos relevantes, considerándolo como un accidente más. Número 2 volvería al hotel y Número 1 iría a la morgue, mientras yo buscaba al monaguillo en la Catedral. El punto de reunión sería esta misma oficina, a las dieciocho horas.

La Catedral estaba cerrada. Como cosa mía fui al Arzobispado y pregunté por el muchacho que nos atendió “aquella vez que vine para visitar las catacumbas”. El obispo encargado del museo, quien conocía mi trabajo, dijo fríamente que aquella persona fue removida de su cargo por permitir que algunos especialistas alteraran los trabajos de excavación. Recordé que por la premura del tiempo, tanto el vicario como el monaguillo nos dieron que nos fuéramos y que se ocuparían de nuestros destrozos. Quizá no pudieron terminar lo que empezamos y fueron reprendidos por eso. El obispo se extrañó por mi interés. Le dije que hablé con el muchacho porque me iba a proporcionar ciertos datos de las excavaciones para hacer un informe al respecto e incluirlo en una guía turística –la improvisación fue tan natural que me la creyó-. El obispo se congratuló y él mismo me acercó unas fotocopias del descubrimiento y una reseña histórica de las catacumbas. Agradecí por el detalle y el tipo estaba más que complacido en ayudarme. Luego pregunté si sabía dónde podría encontrar al joven. “No podemos dar esa información”, fue lo que dijo. Menudo retraso. Agradecí y me retiré.

Admitámoslo, soy poco insistente. Me quedó la sensación en el paladar de seguir preguntando, pero eso conllevaría a delatarme y poner en evidencia lo que habíamos hecho. Quizá ellos sepan algo, por eso decidieron eliminar a ambos, porque no creo que lo hayan dejado ir así nada más, solo que sus métodos de limpiar evidencias son tan efectivos desde la Inquisición. Y naturalmente que el Opus Dei era un cónclave muy enraizado en las altas esferas episcopales. Y se me aclaró en ese preciso momento la mente. Y recordé algo.

Di el alcance a Número 2 al hotel. Lo encontré hablando con la joven recepcionista. Las cosas tampoco fueron prometedoras ahí. La policía se había llevado todo lo que contenía el dormitorio. Éste se había limpiado y ordenado y clausurado para evitar la presencia de personas que creen en lo paranormal y trataran de comunicarse con los espíritus. Número 1 había llamado desde la morgue y dijo que nadie daba información del bibliotecario. Pese a que fue claro en decir que el muerto no tenía familia y que era amigo suyo, se vieron precisados a negar todo conocimiento. Ni siquiera los peritos en criminalística eran de fiar.

Volvimos a la oficina de Número 2. Estábamos cansados y desanimados por haber perdido el tiempo en vano. Luego les hice recordar de nuestra estancia en aquella casa de campo, en la forma como nos trataban y en la clase de personas que había ahí. ¿Por qué nos llevaron allá sin los ojos vendados, como sí lo hicieron cuando nos reunieron con el Gran Hermano? ¿Dónde se suponía que estábamos? En alguna parte de Chaclacayo. ¿Y el Gran Triunvirato? ¿Acaso no sintieron la sensación de estar yendo en círculos por un camino pedregoso? Tengo buen oído para esas cosas, pero en su momento lo dejé pasar por alto.

-Si el Opus Dei está detrás de todo esto –dijo Número 2-, eso quiere decir que todo ha sido un fraude.

-No estamos seguros de eso –dijo Número 1.

-¿Por qué?

Número 2 dijo que todo había sido planeado según las especificaciones de libros y documentos, que en ningún momento se nos mostró. Solo teníamos indicios de lo que el bibliotecario había encontrado y en las leyendas que se entretejían sobre el asunto, que el Gran Hermano las tenía como evidencias incuestionables. Pero nada más.

-Pero encontramos el relicario –dijo Número 1.

-Lo habrán puesto ellos.

-No lo creo.

-Tal vez todo esto tengo algo de verdad –dije-, lo del relicario. Tal vez solo sea una mera fantasía eso de que contenga la sangre de San Francisco de Asís. No lo sabemos, porque no nos dejaron abrirlo. Están ocultando algo, es evidente.

-Pero por qué tanto misterio –dijo Número 2-. ¿El Opus Dei tiene miedo de que se descubra la verdad? No me parece lógico. Al contrario, les conviene revelarlo, porque así tendrían razón en demostrar que son el grupo más fuerte de la iglesia.

-Y si no es el Opus Dei, y es el mismo Triunvirato. Ojo que siempre ha habido fuertes disputas entre esta organización y las demás.

-Las posibilidades están abiertas. Pero por qué matar al viejo y al vicario y hasta posiblemente al monaguillo.

Número 1 no dio con la respuesta, menos yo. Solo sabíamos que andaba buscando un libro en aquella biblioteca, y que dicho libro tenía algo de especial que le obsesionó de tal forma que consiguió ser eliminado. Quizá no fue eliminado y realmente sí le sobrevino el paro cardíaco y la sangre en el suelo es de su cabeza al golpearse contra el suelo, y todos aquí estábamos fantaseando con conspiraciones sacadas de libros de ficción. Una persona de edad, que anda emocionalmente apegado a sus proyectos, es sensible de ocurrirle una cosa fortuita como esta. Pero el detalle está en que el inquilino de al lado no escuchó el golpe, como sí escuchó el salto de Número 2 al comprobar cómo sucedieron las cosas.

-Quizá él sea el asesino –dije.

-No empieces –dijo Número 1.

-No está demás investigarlo –dijo Número 2.

-¿Qué les pasa? –dijo Número 1-. Somos hombres de ciencia, no somos policías; deberíamos preocuparnos por nuestra seguridad, que andar verificando cosas inexistentes. Todo debe tener un propósito.

-¿Y ahora quién es el escéptico? –dijo Número 2.

Menudo rollo, pensé. Sí, pues, somos hombres de ciencia, no policías. Pero uno de los nuestros había muerto en misteriosas circunstancias y no teníamos noción de lo que había sucedido, ni sabíamos del paradero del relicario de esa gente a la que ayudamos a encontrarlo. Quizá las evidencias hasta el momento apuntan a que hay algo turbio en todo esto, que se está cociendo algo extraño, como diría Número 2. No podíamos ir a las autoridades porque sería demasiado peligroso para publicarlo. No sabíamos de qué eran capaces. Pero yo estaba decidido en encontrar una explicación, al igual que Número 2. Nuestro historiador tenía sus temores, como era normal. Todos estábamos asustados; pero teníamos que hacer algo pronto.

Los tres coincidimos en una cosa: ir a la casa de campo allá en Chaclacayo. No había otra manera de enfrentarnos con la verdad. Tal vez nos costaría la vida, cosa probable viendo las circunstancias. Pero, digamos, ¿qué podemos perder? Si se trata de un objeto con implicancias místicas e históricas, qué mejor que mostrarlo a la humanidad como lo que era: un relicario con una historia fascinante.

(Continuará…)

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