Contra reloj
Número 1 había
regresado a Lima luego de enterarse de la muerte del bibliotecario. Las
vacaciones podrían esperar. Se reunió con nosotros, en el estudio que Número 2
tenía dentro de la universidad donde trabajaba. Nadie nos molestaría y sería
ideal que propusiéramos alternativas para desenmarañar este enigma. Si bien es
cierto había muchas incongruencias respecto al caso, no podíamos negar que una
mano negra dentro del Triunvirato había alterado el normal desarrollo del
mismo. Pero, ¿quién podría estar detrás de todas estas muertes? El Gran Hermano
era una posibilidad, aunque estaría quebrantando la confiabilidad de su propia
organización, cosa que perjudicaría al resto de miembros. Tal vez, pensó Número
2, su propósito era precisamente desmantelar a la institución, mostrarla como
el bicho raro que es ante los ojos del mundo y hacerla desaparecer por fin. Era
una aseveración algo antojadiza, pero no estaba exenta de realidad. Lo más
interesante de todo esto es que el Gran Triunvirato no se había reportado ni
manifestado por los incidentes, como para alertarnos de un posible complot en
contra nuestra. Se lo había tragado la tierra. Y como diría Número 1: su
silencio era comprensible ante la serie de eventos que habíase desencadenado. El
cómo y el qué eran obvios; pero faltaba el por qué.
Propuse
regresar a la escena del crimen y encontrar pistas. Debíamos saber qué habían
encontrado los forenses y los criminalistas tanto en el hotel como en el
accidente del vicario. Si el monaguillo estaba vivo, él podría dar más luces al
respecto, porque solo nos basábamos en la información del periódico, que dicho
sea de paso carecía de más datos relevantes, considerándolo como un accidente
más. Número 2 volvería al hotel y Número 1 iría a la morgue, mientras yo
buscaba al monaguillo en la Catedral. El punto de reunión sería esta misma
oficina, a las dieciocho horas.
La Catedral
estaba cerrada. Como cosa mía fui al Arzobispado y pregunté por el muchacho que
nos atendió “aquella vez que vine para visitar las catacumbas”. El obispo
encargado del museo, quien conocía mi trabajo, dijo fríamente que aquella
persona fue removida de su cargo por permitir que algunos especialistas
alteraran los trabajos de excavación. Recordé que por la premura del tiempo,
tanto el vicario como el monaguillo nos dieron que nos fuéramos y que se
ocuparían de nuestros destrozos. Quizá no pudieron terminar lo que empezamos y
fueron reprendidos por eso. El obispo se extrañó por mi interés. Le dije que
hablé con el muchacho porque me iba a proporcionar ciertos datos de las
excavaciones para hacer un informe al respecto e incluirlo en una guía
turística –la improvisación fue tan natural que me la creyó-. El obispo se
congratuló y él mismo me acercó unas fotocopias del descubrimiento y una reseña
histórica de las catacumbas. Agradecí por el detalle y el tipo estaba más que
complacido en ayudarme. Luego pregunté si sabía dónde podría encontrar al joven.
“No podemos dar esa información”, fue lo que dijo. Menudo retraso. Agradecí y
me retiré.
Admitámoslo,
soy poco insistente. Me quedó la sensación en el paladar de seguir preguntando,
pero eso conllevaría a delatarme y poner en evidencia lo que habíamos hecho.
Quizá ellos sepan algo, por eso decidieron eliminar a ambos, porque no creo que
lo hayan dejado ir así nada más, solo que sus métodos de limpiar evidencias son
tan efectivos desde la Inquisición. Y naturalmente que el Opus Dei era un
cónclave muy enraizado en las altas esferas episcopales. Y se me aclaró en ese
preciso momento la mente. Y recordé algo.
Di el alcance
a Número 2 al hotel. Lo encontré hablando con la joven recepcionista. Las cosas
tampoco fueron prometedoras ahí. La policía se había llevado todo lo que
contenía el dormitorio. Éste se había limpiado y ordenado y clausurado para
evitar la presencia de personas que creen en lo paranormal y trataran de
comunicarse con los espíritus. Número 1 había llamado desde la morgue y dijo
que nadie daba información del bibliotecario. Pese a que fue claro en decir que
el muerto no tenía familia y que era amigo suyo, se vieron precisados a negar
todo conocimiento. Ni siquiera los peritos en criminalística eran de fiar.
Volvimos a la
oficina de Número 2. Estábamos cansados y desanimados por haber perdido el
tiempo en vano. Luego les hice recordar de nuestra estancia en aquella casa de
campo, en la forma como nos trataban y en la clase de personas que había ahí.
¿Por qué nos llevaron allá sin los ojos vendados, como sí lo hicieron cuando
nos reunieron con el Gran Hermano? ¿Dónde se suponía que estábamos? En alguna
parte de Chaclacayo. ¿Y el Gran Triunvirato? ¿Acaso no sintieron la sensación
de estar yendo en círculos por un camino pedregoso? Tengo buen oído para esas
cosas, pero en su momento lo dejé pasar por alto.
-Si el Opus
Dei está detrás de todo esto –dijo Número 2-, eso quiere decir que todo ha sido
un fraude.
-No estamos seguros
de eso –dijo Número 1.
-¿Por qué?
Número 2 dijo
que todo había sido planeado según las especificaciones de libros y documentos,
que en ningún momento se nos mostró. Solo teníamos indicios de lo que el
bibliotecario había encontrado y en las leyendas que se entretejían sobre el
asunto, que el Gran Hermano las tenía como evidencias incuestionables. Pero
nada más.
-Pero encontramos
el relicario –dijo Número 1.
-Lo habrán
puesto ellos.
-No lo creo.
-Tal vez todo
esto tengo algo de verdad –dije-, lo del relicario. Tal vez solo sea una mera
fantasía eso de que contenga la sangre de San Francisco de Asís. No lo sabemos,
porque no nos dejaron abrirlo. Están ocultando algo, es evidente.
-Pero por qué
tanto misterio –dijo Número 2-. ¿El Opus Dei tiene miedo de que se descubra la
verdad? No me parece lógico. Al contrario, les conviene revelarlo, porque así
tendrían razón en demostrar que son el grupo más fuerte de la iglesia.
-Y si no es el
Opus Dei, y es el mismo Triunvirato. Ojo que siempre ha habido fuertes disputas
entre esta organización y las demás.
-Las
posibilidades están abiertas. Pero por qué matar al viejo y al vicario y hasta
posiblemente al monaguillo.
Número 1 no
dio con la respuesta, menos yo. Solo sabíamos que andaba buscando un libro en
aquella biblioteca, y que dicho libro tenía algo de especial que le obsesionó
de tal forma que consiguió ser eliminado. Quizá no fue eliminado y realmente sí
le sobrevino el paro cardíaco y la sangre en el suelo es de su cabeza al
golpearse contra el suelo, y todos aquí estábamos fantaseando con
conspiraciones sacadas de libros de ficción. Una persona de edad, que anda
emocionalmente apegado a sus proyectos, es sensible de ocurrirle una cosa
fortuita como esta. Pero el detalle está en que el inquilino de al lado no
escuchó el golpe, como sí escuchó el salto de Número 2 al comprobar cómo
sucedieron las cosas.
-Quizá él sea
el asesino –dije.
-No empieces
–dijo Número 1.
-No está demás
investigarlo –dijo Número 2.
-¿Qué les
pasa? –dijo Número 1-. Somos hombres de ciencia, no somos policías; deberíamos
preocuparnos por nuestra seguridad, que andar verificando cosas inexistentes.
Todo debe tener un propósito.
-¿Y ahora
quién es el escéptico? –dijo Número 2.
Menudo rollo,
pensé. Sí, pues, somos hombres de ciencia, no policías. Pero uno de los
nuestros había muerto en misteriosas circunstancias y no teníamos noción de lo
que había sucedido, ni sabíamos del paradero del relicario de esa gente a la
que ayudamos a encontrarlo. Quizá las evidencias hasta el momento apuntan a que
hay algo turbio en todo esto, que se está cociendo algo extraño, como diría
Número 2. No podíamos ir a las autoridades porque sería demasiado peligroso
para publicarlo. No sabíamos de qué eran capaces. Pero yo estaba decidido en
encontrar una explicación, al igual que Número 2. Nuestro historiador tenía sus
temores, como era normal. Todos estábamos asustados; pero teníamos que hacer
algo pronto.
Los tres
coincidimos en una cosa: ir a la casa de campo allá en Chaclacayo. No había
otra manera de enfrentarnos con la verdad. Tal vez nos costaría la vida, cosa
probable viendo las circunstancias. Pero, digamos, ¿qué podemos perder? Si se
trata de un objeto con implicancias místicas e históricas, qué mejor que
mostrarlo a la humanidad como lo que era: un relicario con una historia
fascinante.
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