sábado, 29 de octubre de 2011

La reunión de los hombres ilustres (Parte 8)


Obituarios

El cuerpo fue encontrado en el baño de un cuarto de hotel, al parecer, víctima de un paro cardíaco. El bibliotecario se hospedaba ahí desde hacía varios meses y estaba al día en sus pagos. Según los que lo conocían, era un hombre expresivo y directo en sus apreciaciones sobre la historia y sus derivados. No era de extrañar que fascinara a más de uno con sus descubrimientos y teorías literarios, que cada viernes por la noche se reunían en el cafetín del hotel para dejar volar su imaginación. Pero la edad era fundamental en este tipo de trajines; estaba muy viejo y se le notaba cansado por cada bocanada de aire que espiraba. Las últimas personas que lo vieron con vida fueron la recepcionista y un inquilino del cuarto contiguo, que lo saludó sin recibir respuesta del viejo. Se le veía presuroso y un tanto nervioso, por como manejaba la llave en la cerradura. “Cosas de locos”, pensó y no le tomó importancia. La muchacha, de unos veintitantos años, guapa, desenvuelta y muy servicial, le entregó su llave como de costumbre, y no percibió ningún rictus o situación incómoda que le hiciera suponer que algo estaba fuera de lo normal. Solo pidió su llave y que lo despertaran a primera hora.

-¿Dijo adónde iría? –preguntó Número 2 a la chica, que seguía impresionada por el inesperado suceso.

-No que yo sepa –dijo ella.

-¿Era costumbre en él levantarse temprano?

-Algunas veces salía temprano y no volvía hasta el anochecer. Pero hasta hace poco, dejó de venir. Cuestión de viaje, supongo; nunca lo dijo.

Número 2 y yo nos miramos a la cara. Era obvio que se refería a nuestro encierro involuntario en aquella casa de campo. Le pedí a la muchacha que nos dejara entrar a su habitación, con el fin de encontrar algo que nos pudiera ayudar a esclarecer su muerte.

-La policía ya hizo el peritaje correspondiente. Y no permite el acceso al cuarto hasta que terminen las investigaciones –dijo la muchacha.

-Nuestro amigo trabajaba en algo muy importante –dije-. Queremos saber si dejó algo para nosotros.

-Me lo hubiera dejado a guardar, en ese caso –dijo ella.

-Tal vez porque la muerte lo sorprendió antes de tiempo –dijo Número 2.

La puerta de la habitación tenía un cintillo amarillo que impedía el paso. La muchacha abrió la puerta, con sigilo y temor. El olor a humedad era característico en estos inmuebles antiguos, de estilo republicano. La madera del piso rechinaba a cada paso que dábamos y lo único que pudimos contemplar era un cuarto desordenado tal como la policía lo había dejado. La muchacha encendió la luz del baño y nos indicó cómo había encontrado al bibliotecario. Había manchas de sangre en el piso, producto del golpe en la cabeza al desplomarse luego de provocado el paro. Número 2 palpó el suelo con los pies, y éste se retorcía por la presión. Dio un salto y el piso tembló. Nos sorprendió a mí y a la muchacha su ejercicio deductivo. El vecino de al lado apareció de repente, preocupado por aquel ruido.

-¿Pasó algo? ¿Están bien? –dijo.

-Sí, gracias –dijo la chica.

-Usted fue quien lo vio por última vez, ¿verdad? –dijo Número 2.

-Así es –contestó.

-Esa noche en concreto, ¿escuchó un ruido similar a este?

Antes de contestar, el hombre lo pensó detenidamente:

-No. Sinceramente, no.

-Fue hasta el día siguiente que vine a despertarlo –dijo la muchacha-. Como no abría la puerta, fui en busca de la llave y… así es como lo encontré.

-Si el cuerpo cayó aquí –dijo Número 2-, y usted señor acaba de venir por el ruido que he provocado, ¿no escuchó nada esa noche?

-¿Qué quiere decir? -dijo el hombre.

-Que no murió de un ataque cardíaco. Han hecho que pensáramos eso. El asesino lo dejó en esa posición luego de que le golpeara en la cabeza.

-Espera, espera, espera –dije, rebobinando lo escuchado-. ¿Quieres decir que esto ha sido homicidio?

-Está más claro que el agua. Señorita: ¿vino alguien a buscarlo?

-No. Tengo turno de noche y nadie ha venido, ni siquiera a hospedarse.

-Tal vez ya estaba aquí, esperándolo. ¿Se han hospedado aquí días previos al crimen? –Preguntó Número 2 a la muchacha.

-La gente va y viene. Tendría que revisar el registro.

-¿Crees que tenga relación con…? –dije.

-Sí. Definitivamente. ¿En qué estaba trabajando el viejo, recuerdas?

-Un libro que había visto en la biblioteca de…

Callé por un instante. La muchacha y el inquilino nos observaban intrigados, suponiendo que nada tenían que hacer frente a nuestras elucubraciones. Nuestras sospechas iban más allá de un simple accidente o circunstancia fatal que nos aproximaba cada vez más al desenlace de esta historia.

-¿Podemos ver el registro, señorita? –dijo Número 2, con una determinación pocas veces vistas.

-No me queda otra opción –dijo ella, resignada.

-Mientras reviso abajo –me dijo Número 2-, tú quédate aquí a ver qué encuentras.

-Está bien.

Número 2 y la muchacha se retiraron. El inquilino se quedó pegado junto a la puerta mientras yo observaba el decorado a través de una rápida ojeada. Me preguntó si necesitaba ayuda, pero preferí hacer estas cosas yo solo porque estoy más familiarizado en coger objetos con suma cautela, que un curioso improvisado podría manipular incorrectamente las evidencias ahí presentes.

-¿Hace mucho que conocía al viejo? –le pregunté.

-Digamos que no éramos amigos, eso está claro. Las pocas veces que hemos coincidido, ya sea por el corredor o abajo, en el cafetín, siempre hubo cordialidad en ambos. Hablaba poco y no era de los que cuenta de su vida personal. Le gustaba hablar de cosas de su trabajo, eso sí.

-¿Cómo qué?

-De libros, viajes, investigaciones. Esas cosas.

-¿Le mencionó algún libro en el que estaba trabajando?

-Escuche. Hace un momento le oí a usted decir sobre un libro encontrado en una biblioteca.

-Sí.

-Es curioso ahora que lo dice. Hace un par de semanas, cuando volvió de un viaje… no lo sé. No me consta. Le escuché referirse a una falsificación de no sé qué libro. Estuvo hablando de eso con alguien en el cafetín.

-¿Recuerda quién era?

-Es que… pasé tan rápido que no me percaté, sinceramente.

-¿Inquilino?

-Podría ser. Oiga, esto me parece tan extraño. Una muerte, cosas de libros. Esto ya parece… no sé… es todo tan alucinante.

Solté una estentórea carcajada que hasta mi interlocutor se mofó de tal aseveración. Solo le pedí discreción con respecto a las cosas que había visto hasta el momento. El tipo habrá pensado que éramos policías porque ni siquiera nos preguntó quiénes éramos. Ni siquiera nos habíamos presentado ante la muchacha como los simples hombres que éramos. Mientras el tipo seguía recitando algunas peroratas, revisé la pequeña mesa al lado de la ventana. Sobre ella había papeles y periódicos desordenados. Cuidadosamente, cogía los pliegos con un pañuelo para no dejar huellas. Simplemente lo que vi me dejó pasmado. Luego de varias hojas que iba retirando, una encima de la otra, veo la página de un periódico donde señalaba la penosa muerte de un sacerdote en un accidente de tránsito. Pudo haber sido una noticia como cualquier otra, pero la foto del prelado fue tan evidente que el miedo se apoderó de mí. Era el mismo vicario quien nos ayudó a ingresar en las catacumbas. El accidente se había producido dos días antes de la muerte del bibliotecario. Al parecer, un auto embistió al suyo mientras se dirigía a una ceremonia. Una noticia que pasó desapercibida gracias a los tentáculos de sabe Dios qué fuerzas ocultas estaban detrás de todo esto. Quise saber más de aquella información, ya que también estaba involucrado el joven sacristán. Pero no hacían mención de él. El vicario viajaba solo por la Vía Expresa. Según testigos del incidente, un loco del volante invadió su carril e hizo que perdiera el control, estrellándose en unas columnas. Ambos coches quedaron destrozados. El chofer de aquel vehículo había desaparecido.

Cuando Número 2 y la muchacha regresaron, no encontraron muchas luces con respecto al posible atacante del viejo. Nadie se había hospedado en esos días y parecía que su teoría no tenía sustento. En silencio, seguimos revisando el dormitorio; esta vez, la muchacha se excusó y volvió a sus quehaceres. El inquilino curioso hizo lo mismo y no dudó en ofrecer su ayuda para cualquier cosa que necesitáramos.

-Cree que somos policías –dije.

-¡Qué idiota! –dijo Número 2.

Ya solos, le mencioné sobre la noticia que había encontrado. Cogió la página del periódico y leyó detenidamente la información. Algo se estaba cociendo y no era precisamente un estofado a la napolitana, dijo. Dejó la hoja sobre la mesa y seguimos rebuscando entre las pertenencias del viejo. En un cajón de la cómoda encontré una pequeña libreta. Había muchos nombres y direcciones de correo y teléfonos celulares. La mayoría era de gente que de alguna forma conocemos por medio del mundo intelectual, pero nada relevante que nos indicara algo. Número 2 se dirigió a la ventana y observó.

-El asesino pudo haber entrado por aquí –dijo Número 2-. Hay un balcón que da directo hacia el otro techo. Estas construcciones tienen esa ventaja, tú lo sabes más que nadie.

Observé lo que había señalado. Y efectivamente, cualquiera podría trepar los muros y caminar por ese balcón hasta la ventana. Por lo general, estaban diseñadas para proteger la madera de la lluvia, así no se empozaba en el techo y creaba goteras. Si Número 2 estaba en lo correcto, el asesino pudo haber subido por el otro lado, que da a un garaje, caminar por las vigas del callejón y alcanzar la ventana. Había unas huellas en la pared, como quien hubiera caminado por ahí. Pero también era probable que el hombre de mantenimiento limpiara esa zona como lo haría cualquier día de la semana. Era complicado sacar cosas en limpio sin tener una evidencia contundente que nos ayude a desentrañar este misterio cada vez más difícil de solucionar.

(Continuará…)

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