jueves, 20 de octubre de 2011

La reunión de los hombres ilustres (Parte 5)

Inflexiones

Eramos cuatro desconocidos con una particularidad especial, alrededor de una mesa de madera en medio de la nada. Nos habían trasladado desde la casa de campo a lo que suponíamos era la sede principal del Gran Triunvirato. Sin embargo, dicha instalación no existe, al menos, no públicamente. Nos trajeron con los ojos vendados y en autos con lunas polarizadas; tal vez, para evitar que diéramos con la ubicación exacta de su centro de operaciones. El Gran Hermano nos puso al corriente de lo que significaba encontrar el relicario de Juan Francisco Vizcaya de San Jerónimo, sepultado en las catacumbas de la Catedral de Lima, como bien señalan las crónicas de la época y que, obligados por mantener el secreto resguardado de los impíos, tergiversaron su paradero. Número 3 sabía de antemano todas estas historias como bien pudo descubrir Número 1, asombrado por la precisión en que los hechos se sucedían vertiginosamente. Mientras, Número 2 parecía escéptico ante las evidencias encontradas. Si bien es cierto que aparentemente aquella pieza no era más que una leyenda, las evidencias mostraban lo contrario. De encontrarla, debía autenticar si realmente se trataba de una obra genuina. Número 3 nos proporcionó información de primera mano sobre su tallado, hecho en madera y repujado en plata. El interior estaba forrado con una fina tela de paño, donde descansaba la sangre de San Francisco de Asís, herméticamente preservada en un envase de vidrio luego de su muerte en 1226.

Número 3 nos cuenta que uno de sus compañeros -algunos escritos señalan a Masseo; otros, a Angelo- fue quien recogió la sangre producto de las estigmatizaciones, antes de expirar en la Porciúncula, pues creyó que se trataba de sangre divina que debía seguir la senda milagrosa. Las propiedades curativas fueron expandiéndose en el territorio italiano hasta desaparecer del mapa. Se dice que el frasco fue robado por unos mercaderes turcos y posteriormente fue botín de los sarracenos y llevado a la España ocupada. No se sabe nada más de ella hasta que se tiene noticias de su existencia en 1593 durante la guerra anglo española en Blaye, luego de que un general español sanara de sus heridas misteriosamente. Aquel español no era otro que bisabuelo de Juan Francisco de Vizcaya. Fue él quien mandó a confeccionar el cofre como transporte seguro libre de golpes. 

-¿Cómo es que esos documentos sean propiedad del Capitolio de los Estados Unidos? -Preguntó Número 2.

-En 1911 una expedición norteamericana visitó el país para estudiar lo que vendría hacer el hallazgo más importante del siglo XX.

-Un momento -dije-, ¿no te referirás a...?

-Sí. Machu Picchu. Ya saben de eso. Pero Hiram Bingham, mientras regresaba a Lima, escuchó del relicario. Al parecer, el documento que confirma de su existencia pertenecía a los descendiente de Vizcaya. No lo pensó dos veces y fue a contactarse con esta familia, que le mostró un pequeño diario en que se narraba la procedencia y los atributos milagrosos del relicario.

-El que tomas como base para la investigación -dijo Número 1.

-Sí. El catálogo Driscoll-Nash lo menciona como parte de su colección, pero jamás ha sido revelado al público.

-¿Y cómo llegó allá? -Pregunté.

-No se sabe a ciencia cierta si Bingham lo tomó prestado o fue donado a la Universidad de Yale. Al parecer, fue clasificado y resguardado en las bóvedas de la biblioteca apenas fue leído.

-Parece ficción.

-Si los gringos tienen esa información -dijo Número 1-, ¿por qué no lo han buscado?

-Tal vez no quieran que se descubra -dijo Número 3-. Imagina lo que desencadenaría si se llegara a descubrir. Eso probaría la existencia de Dios y de que los milagros son prueba fehaciente de su poder divino. Los católicos son muy estrictos en cuestiones de fe y se considerarían los únicos con el poder de decisión frente a los creyentes. Las demás religiones serían perseguidas y aniquiladas. Habría caos y temor al oscurantismo más arcaico, desde la inquisición. Nadie quiere eso.

-Me resulta absurdo -dijo Número 2-. No puedo creer que basen sus investigaciones en un libro del que nadie ha visto.

-Existe. Es real.

-¿Quién lo dice? ¿Usted?

-Yo lo he visto.

Un silencio sepulcral envolvió la sala. Mirábamos atónitos al viejo bibliotecario. Un estremecimiento surcó mi columna vertebral sin conseguir equilibrar mis emociones primarias. El viejo tenía lo suyo, doy fe de eso. ¿Cómo es que nunca había oído hablar de él? Ninguno de los presentes sabíamos de su existencia hasta el día de hoy. Fue hace más de diez años en una de sus visitas a la biblioteca del Capitolio donde leyó por primera vez de aquel documento. Tuvo acceso a las bóvedas de "libros oscuros", como él siempre se refería a dichos manuscritos porque trabajaba en cosas medievales. Y ahí estaba, en un apartado rincón, dentro de una urna. Era un texto de seis páginas pulcramente escritas, donde detalla las incidencias ya narradas. Los encargados solo le dijeron que sería trasladado a un museo para una futura exhibición, y que se abstenían de dar mayores comentarios ante las insistentes preguntas de su invitado. Le fue negado el permiso para su estudio y que tendría que pasar por un sinfín de trabas burocráticas para sustentar cuáles eran sus reales propósitos. Obviamente, nunca fue exhibido en ningún museo y el caso fue cerrado.

-Si es un documento que atañe al país, debería hacerse algo para su devolución -dijo Número 1.

-Es extraño cómo se mueven las cosas al interior de los gobiernos.

-¿Qué quiere decir?

-Dígamelo usted.

-Esto no tiene nada que ver con mis interpretaciones de la realidad.

-¿En serio? Vamos, hombre. ¿Por qué arriesgarse por un artefacto de esa naturaleza? Además, para el resto de los mortales... no existe. Ahora, pensemos cómo ingresar a las catacumbas.

Eso implicaba que debíamos remover los huesos y desmantelar el recinto. Número 2 graficó sobre la mesa con su dedo índice un plano de las catacumbas, debajo de la capilla de la Virgen de la Candelaria, en la Catedral, descubierta hace poco y que da la posibilidad de que los restos que buscamos estén ahí, junto con el relicario.

-¿Nos haremos pasar por arqueólogos? -dije-.

-No será necesario -dijo el Gran Hermano, desde la puerta de la sala-. Irán esta noche. Todo está preparado.

-No entiendo -dijo Número 1.

-No olvide que nuestras redes son muy extensas. Tenemos gente fiel en los lugares menos probables.

-Ya veo.

-No sé porqué, pero esto me está resultando más fácil de lo que esperaba -dijo Número 2.

-Con fe se pueden mover montañas.

-O huesos -dije.

Nos echamos a reír.

(Continuará...)

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