jueves, 27 de octubre de 2011

La reunión de los hombres ilustres (Parte 7)


Confusión


Habíamos vuelto a la vida rutinaria luego de encontrar el relicario perteneciente a un vizconde del siglo XVII, cuyas milagrosas propiedades curativas eran legendarias. El Gran Triunvirato hizo todo lo necesario para validar su origen, tarea que me encargué exhaustivamente gracias a documentos y análisis de laboratorio como jamás se hizo con objeto antiguo. Sin embargo, no se nos permitió abrir la caja. Debíamos constatar que dentro de ella se encontraba el frasco con la sangre de San Francisco de Asís, para dar por concluida su autenticación. Por orden directa del Gran Hermano, se prohibió todo intento de abrirla. Número 2 estaba seguro que se estaba tramando toda una charada alrededor del objeto, sin tener en cuenta nuestra opinión como expertos. Ni una sola palabra debía salir de dicho claustro, donde permanecimos hasta la culminación del análisis. Éramos como presos sin acceso a las instalaciones de la casa de campo. Número 3 trataba de ingresar a la biblioteca, pero le fue negado abandonar su dormitorio. Solo una joven nos enviaba el desayudo, el almuerzo y la cena como servicio de hotel. Ni siquiera yo estuve presente cuando llegaron los análisis del laboratorio y nunca supe si realmente se trataba de la joya en cuestión. A la mañana siguiente nos dejaron ir sin dar explicaciones.

Número 3 estaba muy preocupado por lo que había encontrado en la biblioteca días previos a nuestra misión. Un documento que al parecer escondía algo, porque pudo percibir que dicho material no era del todo genuino, aunque no estaba seguro de ello. Número 1, en cambio, dudaba mucho de las verdaderas intenciones del Gran Triunvirato respecto al uso que querían darle al relicario, si se confirmaba su autenticidad. Yo, en cambio, tenía la suficiente seguridad que se trataba de un objeto genuino de aquella época, pero no podía dar fe si dentro estaba lo que tanto buscaban.

Número 2 fue el primero en irse. Prefirió encerrarse en su estudio y continuar sus investigaciones sobre la energía y demás cosas que alguna vez nos contó como producto de su ansiedad. Mientras, Número 1 tomó un avión y se alejó de la ciudad por unas cortas vacaciones. Solo quería respirar nuevos aires y tranquilizarse de tan extraña experiencia. Por mi parte, seguí dando charlas sobre antigüedades y prestando mis servicios como guía o consultor en los distintos museos de la capital. Número 3 fue el único que tuvo remordimientos acerca del caso, no podía deshacer de su mente las ideas que gravitaban su conspicuo trabajo de bibliotecario. Algo estaba mal y quería saber la verdad.

No supimos nada más del relicario, ni una noticia relacionada con algún suceso divino o que se haya detenido la hambruna del mundo o que se haya eliminado alguna terrible enfermedad. Nuestro trabajo fue en vano si lo vemos desde el punto de vista científico; pero no podíamos hacer ni decir nada, por la confidencialidad que mantuvimos con esta organización subterránea, que vive de sus fantasías conspirativas. Simplemente, lo que vivimos no ocurrió, así de simple.

Desde que me inmiscuí en mi trabajo, no he podido dejar de lado mi paranoia. Siempre he pensado que alguna entidad quisiera desquitársela conmigo por mis aciertos y desaciertos. Una vez ocurrió que me hicieron analizar una cruz de estilo colonial y dar por sentado que no se trataba de una imitación, cosa que descubrí y tuve problemas con el dueño de la pieza. Lógicamente, era falsa y querían venderla a un museo. El tipo casi me hace un juicio por negligente. Lo que no dijo fue que le agüé la fiesta. Esta vez, mi paranoia tenía sustento, ya que había sido testigo de un descubrimiento inusual. Estaba petrificado y casi no pude trabajar tranquilamente pues sentía que me vigilaban. El timbre del teléfono me sobresaltó a altas horas de la noche. No supe si contestar o no, mis temores estaban descontrolados en ese momento y la angustia se apoderaba de mí.

La voz al otro lado del hilo me dejó perplejo y sin habla por varios segundos. Era Número 2. Me llamó la atención que supiera de mi ubicación, pues, que yo recuerde, nunca intercambiamos teléfonos ni correos. Estuvo averiguando mi paradero en cada museo e institución artística y dio conmigo. Lo que dijo fue obvio que pasaría en el transcurso de los días. Y eso daba a entender que éramos los siguientes. Número 3 había muerto.

(Continuará...)

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