Confusión
Habíamos vuelto a la vida rutinaria luego de encontrar el relicario
perteneciente a un vizconde del siglo XVII, cuyas milagrosas propiedades
curativas eran legendarias. El Gran Triunvirato hizo todo lo necesario para
validar su origen, tarea que me encargué exhaustivamente gracias a documentos y
análisis de laboratorio como jamás se hizo con objeto antiguo. Sin embargo, no
se nos permitió abrir la caja. Debíamos constatar que dentro de ella se encontraba
el frasco con la sangre de San Francisco de Asís, para dar por concluida su
autenticación. Por orden directa del Gran Hermano, se prohibió todo intento de
abrirla. Número 2 estaba seguro que se estaba tramando toda una charada
alrededor del objeto, sin tener en cuenta nuestra opinión como expertos. Ni una
sola palabra debía salir de dicho claustro, donde permanecimos hasta la
culminación del análisis. Éramos como presos sin acceso a las instalaciones de
la casa de campo. Número 3 trataba de ingresar a la biblioteca, pero le fue
negado abandonar su dormitorio. Solo una joven nos enviaba el desayudo, el
almuerzo y la cena como servicio de hotel. Ni siquiera yo estuve presente
cuando llegaron los análisis del laboratorio y nunca supe si realmente se trataba
de la joya en cuestión. A la mañana siguiente nos dejaron ir sin dar
explicaciones.
Número 3 estaba muy preocupado por lo que había encontrado en la
biblioteca días previos a nuestra misión. Un documento que al parecer escondía
algo, porque pudo percibir que dicho material no era del todo genuino, aunque
no estaba seguro de ello. Número 1, en cambio, dudaba mucho de las verdaderas
intenciones del Gran Triunvirato respecto al uso que querían darle al
relicario, si se confirmaba su autenticidad. Yo, en cambio, tenía la suficiente
seguridad que se trataba de un objeto genuino de aquella época, pero no podía
dar fe si dentro estaba lo que tanto buscaban.
Número 2 fue el primero en irse. Prefirió encerrarse en su estudio y
continuar sus investigaciones sobre la energía y demás cosas que alguna vez nos
contó como producto de su ansiedad. Mientras, Número 1 tomó un avión y se alejó
de la ciudad por unas cortas vacaciones. Solo quería respirar nuevos aires y
tranquilizarse de tan extraña experiencia. Por mi parte, seguí dando charlas
sobre antigüedades y prestando mis servicios como guía o consultor en los
distintos museos de la capital. Número 3 fue el único que tuvo remordimientos
acerca del caso, no podía deshacer de su mente las ideas que gravitaban su
conspicuo trabajo de bibliotecario. Algo estaba mal y quería saber la verdad.
No supimos nada más del relicario, ni una noticia relacionada con algún
suceso divino o que se haya detenido la hambruna del mundo o que se haya
eliminado alguna terrible enfermedad. Nuestro trabajo fue en vano si lo vemos
desde el punto de vista científico; pero no podíamos hacer ni decir nada, por
la confidencialidad que mantuvimos con esta organización subterránea, que vive
de sus fantasías conspirativas. Simplemente, lo que vivimos no ocurrió, así de
simple.
Desde que me inmiscuí en mi trabajo, no he podido dejar de lado mi
paranoia. Siempre he pensado que alguna entidad quisiera desquitársela conmigo
por mis aciertos y desaciertos. Una vez ocurrió que me hicieron analizar una
cruz de estilo colonial y dar por sentado que no se trataba de una imitación,
cosa que descubrí y tuve problemas con el dueño de la pieza. Lógicamente, era
falsa y querían venderla a un museo. El tipo casi me hace un juicio por
negligente. Lo que no dijo fue que le agüé la fiesta. Esta vez, mi paranoia
tenía sustento, ya que había sido testigo de un descubrimiento inusual. Estaba
petrificado y casi no pude trabajar tranquilamente pues sentía que me
vigilaban. El timbre del teléfono me sobresaltó a altas horas de la noche. No
supe si contestar o no, mis temores estaban descontrolados en ese momento y la
angustia se apoderaba de mí.
La voz al otro lado del hilo me dejó perplejo y sin habla por varios
segundos. Era Número 2. Me llamó la atención que supiera de mi ubicación, pues,
que yo recuerde, nunca intercambiamos teléfonos ni correos. Estuvo averiguando
mi paradero en cada museo e institución artística y dio conmigo. Lo que dijo
fue obvio que pasaría en el transcurso de los días. Y eso daba a entender que
éramos los siguientes. Número 3 había muerto.
(Continuará...)
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