miércoles, 19 de octubre de 2011

La reunión de los hombres ilustres (Parte 4)

Número 3

Hace más de 40 años me dedico a coleccionar y archivar documentos de inexplicable valor y belleza. Al principio era un pasatiempo común y silvestre, pero me di cuenta que tenía entre mis manos un don que podía compartir con los demás. Mi instinto de análisis y búsqueda me llevó a encontrar manuscritos olvidados por el tiempo, o simplemente relegados a una serie B editorial. Libros oscuros, tal vez; libros prohibidos, menospreciados en su época, y que he reivindicado en más de una oportunidad. A los veinte años descubrí por casualidad una colección que se suponía perdida, que muchos atribuyen a Petrarca. Pero mis investigaciones apuntan a Bellaforte, un contemporáneo del vate toscano. Según la cronología de Schroeder van Richter, Bellaforte consiguió entrar en el círculo de Petrarca no sin antes pasar por varias pruebas literarias públicas, que ensombrecieron su capacidad poética frente a las sátiras del gremio. Ultrajado moralmente, el joven Bellaforte siguió frecuentando las tertulias aunque se abstuvo de participar de ellas. Boccaccio, según el mismo Schroeder, lo acogió en su hogar por una temporada enseñándole las reglas elementales de la escritura, aunque es incierto que este episodio haya sucedido tal como lo cuenta el investigador. Otras fuentes señalan que el encuentro entre ambos fue casual, pero no se sabe a ciencia cierta si Boccaccio fuera su mentor. Un viejo manuscrito, que data de 1336, encontrado en una de las bóvedas del Castillo Maschio Angioino, revela que Bellaforte era en realidad protegido de Roberto I de Nápoles, aunque la historia no certifica la validez de esta afirmación.

Tengan en cuenta que son datos que podrían hacer pensar que todo es producto de la imaginación de un curtido falsificador. Son documentos oscuros, como señalé, guardados bajo cuatro llaves en las bibliotecas más importantes del orbe. He querido desclasificarlos y ponerlos a la luz pública, pero objetan su autenticidad. En 1989, por ejemplo, en un congreso mundial de biblotecólogos en Zurich, expuse mis diferencias acerca de mantener en el anonimato a escritores perdidos en la historia. Con pruebas fehacientes demostré que un puñado de ellos deberían tener la consideración de genios, por sus sesudos tratados y obras excepcionales que harían palidecer a los ya consagrados. Sin embargo, mis ruegos no tuvieron eco. Naturalmente eso no me amilanó, y proseguí en mi búsqueda incansable por develar los misterios más profundos de la estupidez humana.

Sin duda, heme aquí ante una gran encrucijada que enriquece aún más mi curiosidad. El Gran Triunvirato abre sus puertas a un desconocido viejo que pugna por ser escuchado. Muchos me dirán que estoy loco, pero siento la necesidad de compartir mis conocimientos por una causa que cambiará el rumbo de la historia. Y creo que no soy el único. Aunque no se me permite preguntar ni merodear la casa, el mayordomo de la Orden, un joven simpático de buena dicción, me ha permitido visitar la biblioteca -es la única habitación de la casa donde puedo entrar libremente-, llena de joyas y testimonios que corroboran estos años de investigación. El volumen que encontré en uno de los estantes, debe tener al  menos mil años de antigüedad. Su tapa es de un acabado fino, hecho de cuero genuino. Los grabados parecen estar hechos a mano, como lo hacían los monjes benedictinos. Ode regni caelestis -Oda al reino celestial, traducido del latín-, que incluye una sección de cantos gregorianos compilados ex profeso, y que desembocan en versos de dudosa legibilidad. De no haber sido por el joven que me invitó a mis aposentos, me hubiera tomado la molestia de descifrar su contenido. Parecía un poco acelerado cuando me vio con aquel libro, que solicitó raudamente depositarlo en el estante de donde lo tomé.

Siempre he sabido que la Orden es muy celosa de sus posesiones, lo cual no contradice el mantener lejos a los curiosos de ciertos documentos. Sin embargo, siendo un experto en la materia, era de esperar que tuviera acceso a sus instalaciones para entender un poco su mundo y costumbres. "No puede tocar ese libro", dijo el joven.

-Entiendo -dije, decepcionado.

-No me malinterprete. Sabemos que es incapaz de dañar el material, pero hay razones por las que ciertos documentos deben permanecer intocables... por su delicada confección y el paso de los años. Ya sabe, una mala manipulación...

-Sí, lo sé. No dispongo de las herramientas adecuadas para tocarlo.

-Exacto. Y como ya se ha dado cuenta, nuestros celadores no se encuentran disponibles a esta hora; de lo contrario, tendría el consentimiento del pleno.

-Espero que mañana pueda tener acceso a él.

-Lo dudo. Mañana tienen una entrevista con el Gran Hermano y será trasladado a la sede principal.

-¿Hay más personas involucradas en esto? -Dije, evitando no ser tan obvio.

-Me temo que no puedo darle esa información, hasta su debido momento. Buenas noches.

El joven cerró la puerta, dejándome solo en mi habitación. Indudablemente habían más personas dentro de este recinto. Su hermetismo es escalofriante, pero comprensible. La Orden del Gran Triunvirato de Lima era un enigma envuelto de leyendas e intrigas, que no hacían más que confirmar que algo raro estaba por suceder.

(Continuará...)

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