lunes, 17 de octubre de 2011

La reunión de los hombres ilustres (Parte 2)

Número 1

Fue un viernes que un individuo me abordó en el parqueo. Me entregó una tarjeta donde se incluía un nombre y un número telefónico, el mismo que debía llamar para contactarme con él. Ni siquiera tuve oportunidad de preguntar de qué se trataba. Ya se había ido. Al regresar a casa una sensación de intranquilidad rondaba mis entrañas, como si quisiera vomitar. No dejé de pensar en aquel hombre y recordé la tarjeta en mi bolsillo derecho del saco. Lo observé detenidamente, en silencio, preguntándome quién era y qué quería de mí. ¿Qué hubiera hecho Eleonora frente a estas circunstancias? Tal vez, que aprovechara de ellas y aplicara mis conocimientos para entender la situación. Pero Eleonora ya no estaba; hacía tiempo que se había ido de este mundo con los recuerdos y el sentimiento de culpa que merodeaba mi ser. Su enfermedad había avanzado a un estado crítico que palidecía a cada momento verla consumirse. Y no podía sufrir más. Y creo que me lo agradeció. Pero eso no me dejó en paz. La eutanasia es un mal necesario, una de esas cosas que flotan latentes sin despertar necesidades solo hasta el momento de experimentar dolor a la muerte.

Al otro lado del hilo una voz neutra atendió la llamada. Supuse que era el tipo que conocí en el estacionamiento. No. Solo dijo que en media hora un auto pasaría a buscarme. Y así lo hizo. Con una puntualidad digna de respeto, el auto me condujo a una casa de campo, espaciosa, bien cuidada. Nadie en el interior del auto pronunció palabra alguna durante el trayecto. El chofer mantenía la vista fija en el frente, preocupado más por las señales de tránsito y los cambios en el manejo. Los otros dos que me escoltaban a cada lado del asiento trasero, observaban la calle con una impasibilidad angustiante. Ellos mismos me guiaron hacia una salita, que daba hacia un patio con piscina. Dijeron que espere. Fue lo único que escuché de ellos.

¿Qué hacía un profesor de historia en una casa de campo un viernes por la noche? Al menos, si supiera de qué se trataba todo esto, podrá sentirme más tranquilo. Pero mis anfitriones eran tan misteriosos como la situación misma. Al principio supuse que era por mis investigaciones relacionadas con el ex presidente. Pero no tenían pinta de matones. Eran cordiales en su trato, cosa que me sorprendió agradablemente. Luego se acercó un hombre joven, bien vestido, disculpándose por las incomodidades que me habían ocasionado, pero era de vital importancia contar conmigo en esta investigación. El Gran Triunvirato requería de toda mi experiencia en estos menesteres.

-¿Habrá oído hablar del Gran Triunvirato? -Dijo el hombre.

-Creí que solo se trataba de una especulación o de cuentos -dije.

-No, mi estimado señor. Somos una asociación sin fines de lucro que está al servicio del prójimo. Hemos existido muchos años en la clandestinidad con el temor de ser descubiertos y enviarnos al exilio. Hay mucha gente involucrada en esta sociedad, que sería imposible no sentirnos intimidados por sus burdas acciones de censura.

-Si son tan dedicados, ¿por qué entonces quieren desaparecerlos? -dije, como quien suelta una piedra en un río caudaloso.

-La historia, como usted ya sabe, nos enseña a seguir el camino correcto. Muchos encuentran nuestros métodos similares a las sectas apócrifas que abundan en el país. Creen que somos adoradores de falsas deidades; pero nuestra única fuerza es la fe en nuestro Señor Jesucristo. La envidia y la codicia ha hecho posible que vivamos casi en las sombras, de no ser por personas como usted, que tiene una atenta mirada a los sucesos que alimentan el conocimiento humano en descarte de los libros oficiales que nos quieren vender como hechos concretos y únicos.

-Lo sé. He hecho investigaciones verdaderamente cuestionables, que me han causado un dolor de cabeza con muchos colegas.

-Porque no quieren que digamos la verdad. ¿Sabe? Cuando el primer fundador de nuestra Orden llegó al país, se encontró con una nación pobre y ultrajada de sus raíces. Los españoles habían doblegado a los verdaderos dueños de estas tierras. Y no podíamos tolerarlo. Y desde entonces hemos batallado para que esos privilegios vuelvan a sus verdaderos herederos. La tarea no ha sido fácil, indudablemente, pero creemos que las cosas se están actualizando por el bien de todos.

Aquella charla fue única en su especie, como luego analicé en la soledad de mi habitación que me habían proporcionado en aquella casa. Había leído muchas historias no oficiales de la Gran Orden del Triunvirato de Lima, que llegó al Perú junto con la corriente libertadora de José de San Martín, en 1820. Antes de la proclamación de la independencia del 28 de julio de 1821, San Martín había dado órdenes específicas que la sociedad estuviera dirigida por hombres ilustres, pensadores, clérigos y académicos. Todos ellos debían dirigir el destino del país, pero no se concretó por las malas acciones de Bolívar durante la famosa conferencia de Guayaquil. Ahí San Martín quiso unir fuerzas con su homólgo libertario, pero Bolívar rechazó las condiciones porque, como sabemos, era masón y no quería que la logia perdiera fuerza en el continente, pues creía que el Triunvirato destruiría la esencia de lo que significaba la masonería, los verdaderos caudillos de la independencia americana.

Cuando Bolívar asumió el gobierno del país envió a eliminar a todos aquellos probables miembros del Triunvirato, entre ellos José de la Riva Agüero y José Bernardo de Tagle, a quien se le acusó de conspirar con los realistas la expulsión del libertador. El fondo del asunto era que el Triunvirato corría peligro si Bolívar se perpetuaba en el poder. Cosa que consiguió a medias. Desde entonces, la Orden ha permanecido oculta como institución pública y ha logrado que muchos se interesen por ella de una u otra forma. Se desconoce a ciencia cierta cuántos miembros tiene en la actualidad.

El Triunvirato está compuesto por un Gran Hermano y dos Hermanos Menores, que rotan el control cada seis meses durante cuatro años que dura su mandato. El Gran Hermano es inamovible y es quien celebra las reuniones mensuales, plagado de ritos y festejos que consolidan su comunión y responsabilidad con sus semejantes. Dichos ritos no son más que oraciones y gestos de buena voluntad, sazonados con comentarios maliciosos y sarcásticos hacia los gobernantes de turno. Solo buscan el bien común y es una organización bien constituida, donde no impera la codicia ni el acaparamiento del poder. Una clara demostración de democracia que ha existido por 190 años. Se desconoce a qué se dedican los miembros, mucho menos los que presiden la Orden, solo se sabe que recoge personalidades de todo el espectro académico y humanista del país. Ante tantas posibilidades existentes dentro de esta sociedad secreta, no me extrañaría que estén buscando nuevos miembros, y creen que yo pueda calzar con tamaña responsabilidad. Pero requerían de mis servicios. ¿Para qué?

A través de mi ventana, pude ver otro auto llegar a la casa. El que bajó de ahí no era tan joven, pero debí imaginar que se trataría de otro nuevo prospecto, al igual que yo, de velar por los intereses del Gran Triunvirato.

(Continuará...)

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