lunes, 4 de febrero de 2013

No me acuerdo de anoche

Angélica despertó sin saber qué había pasado. La cabeza aún le daba vueltas por la resaca. El aliento a vodka daba por sentado que fue una noche de esas donde uno pierde los papeles y también la ropa interior. Al lado, un hombre desnudo yacía en la cama, boca abajo, luciendo sus vellos en la espalda y más abajo del coxis. No era tan musculoso, pero concluyó que mantenía la figura con productos light y ejercicios regulares en el gimnasio. Ella también estaba desnuda y su indignación fue seguida de una pregunta que justificara su presencia en ese cuarto de hotel: ¿Lo habré disfrutado?

Le dolía el cuerpo, mucho más al darse cuenta que su trasero había recibido la mayor parte del castigo. No se había sentido tan asqueada después de conocer las malas intenciones de Marco Tulio Gutiérrez con la revocatoria. El leve ronquido de su compañero la distrajo de sus pensamientos y la trajo de vuelta a la realidad. Recordó que alguna vez tuvo un novio que hacía lo mismo después de un encuentro sexual extenuante. En esta ocasión, dudaba de las proporciones épicas que pudo experimentar con el susodicho caballero de al lado, porque no recordaba nada.

Empezó a darle palmaditas en la espalda. Poco a poco el tipo fue despertando de un profundo sueño, que el olor a vómito se percibía hasta la Base Lunar Alfa. Una mancha amarillenta sobre la almohada evidenciaba los restos de un almuerzo de 1998 y dos colillas de cigarro que no pudo explicar su origen, ya que no fumaba. El tipo se sorprendió tanto de la situación que no fue necesario poner la cara del gato con botas de Shrek para creerle. Sólo recordaba estar llenando el tanque de combustible de su Daewoo, entrar al mini-market, saludar a la cajera después de comprar unas cervezas y papas fritas para el camino. El resto, oscuridad absoluta.

Lo mismo podría decirse de ella. Luego de un agotador día de trabajo, llegó a casa, se dio una ducha caliente, pidió un cuarto de pollo y puso en el DVD la versión pirata de Crepúsculo, que incluía los comentarios del público de donde se había grabado la película. Inesperadamente, como si hubiera sido abducida por fuerzas ajenas a su entendimiento, coincidió con su compañero en algún lugar de la ciudad para luego aparecer en una cama de hotel. Sin razón a equivocarse, fue una noche productiva, ya que sus fluidos estaban esparcidos por toda la habitación. Varios trozos de papel higiénico pegados en una de las aspas del ventilador del techo lo demostraba.

Angélica se horrorizó al ver el miembro erecto del tipo cuando éste se puso de pie, no porque era el más grande que había visto en su vida, sino que aún llevaba puesto un condón tachonado de doble filo, al parecer el único usado en ese momento, porque los demás aún seguían dentro del paquete. Sin querer impresionarla, explicó que era una condición natural del hombre despertar con un reflejo involuntario sin el menor atisbo de deseo sexual. Es como cuando una mujer despierta con los pezones duros y sensibilidad en los pechos, con cierta sudoración en la entrepierna y una leve ansiedad de comer cóctel de frutas enlatado. "Eso es cuando una está embarazada, imbécil", dijo ella. Luego de aquel bochornoso comentario, ambos se bañaron por separado y se vistieron. Salieron de la habitación y un alegre recepcionista le devolvió al tipo su DNI con un guillo de ojo. Al parecer, la cosa había resultado todo un espectáculo tanto para los huéspedes como para el personal de servicio.

Eran cerca de las nueve de la mañana y Angélica no sabía dónde estaba. Preguntó al vigilante de la puerta y éste le dijo que estaba en Los Olivos. ¿Y qué hacía en Los Olivos, si vivía en Jesús María? Su compañero accidental tuvo la gentileza de llevarla, pero ella desconfió por un momento de sus intenciones. Cuando se dio cuenta que eran absurdos esos temores, agradeció la invitación y se acomodó en el asiento del copiloto. Durante el viaje, no pronunció palabra alguna ni quiso recordar lo que supuestamente pasó entre ellos. Le temblaban las piernas y su respiración se hacía cada vez más mecánica y angustiante. El conductor no dejaba de mirar aquellas magníficas extremidades, mientras realizaba los cambios en la palanca. No podía creer que haya tenido tanta suerte de conocer a aquella hembra de hermosa anatomía, que agradeció a la naturaleza por "haberlo parido macho".

Cuando atravesaron la avenida Universitaria, él le preguntó si le gustaría tomar desayuno antes de dejarla en el paradero. Angélica no quiso molestarlo con minucias y, sin ser descortés, sólo le pidió que se estacionara en la esquina. Sin embargo, al escuchar las tripas que reclamaban la merienda matutina habitual, cambió de parecer. Ambos compartían más tarde una mesa en un pequeño cafetín. Les habían servido jugo de papaya y unos sánguches mixtos con mucho queso, que se estiraba como chicle en cada mordida. Era extraño cómo pasaban las cosas, pensó ella. Seguramente le cayó mal el pollo y salió a tomar el fresco. Se detuvo en algún lugar para beber algo y este tipo de aspecto sensual y mirada honesta, la había abordado; se tomaron unos tragos, se pusieron cachondos y terminaron follando en Los Olivos. Si tan sólo recordara lo que pasó, estaría más tranquila. El hombre, a su vez, observaba en silencio a aquella mujer de dulce mirada, de ojos almendrados y pequitas en los pómulos, de labios carnosos y cabellos castaños. Sonrió desde su interior y estuvo de acuerdo que salir de noche había valido la pena. Quizá la conoció en la caja del mini-market; le dio el pase a que pagara primero, como si emulara aquella escena con Bradley Cooper y Scarlett Johansson de Simplemente no te quiere. Desearía que fuera cierto, pensó, mientras buscaba en su memoria la verdadera historia de toda esta encrucijada moral. Sí, porque definitivamente había sacado los pies del plato. Pero su novia no tendría porqué saberlo, así que permaneció impávido antes las consecuencias que protagonizaría más adelante.

Angélica también pensaba lo mismo. Su novio la mataría si llegara a descubrir su infidelidad. Vamos, era una situación sin importancia y no habría razón para hacer tanto alboroto. Sólo fue sexo, no hubo compromisos ni promesas que perjudicaran sus respectivas relaciones. Estamos en una época donde los prejuicios y la culpabilidad suenan a las viejas películas de la Metro. Pero para ella, el haber disfrutado o no del sexo era un enigma que la mantendría ocupada por varios meses. Al menos, si hubiera sentido cosquillas, se habría dado cuenta que la cosa funcionó mejor que con su actual pareja, un fanático del Play Station y los juegos de azar. El problema vendría con quién pagaría el desayuno. ¿Partes iguales? ¿Por ser hombre debía corresponder invitarla? ¿Como ella ganaba más, haría valer su estatus? Lo dejó a la suerte, así tendría la conciencia tranquila. Y por arte de magia, la cuenta ya había sido pagada. ¿Cómo era posible? El tipo preguntó a la mesera quién había sido el artífice de tan dichosa generosidad, que la mesera sonrió y regresó a la cocina como si la respuesta no fuera tan obvia.

Es un mundo de locos, pensó Angélica. Se levantaron y salieron del cafetín. Abordaron el vehículo y reanudaron el viaje; esta vez, él la llevaría hasta su casa. Encendió la radio y cuando ella se dio cuenta que también era su estación favorita, se alegraron mucho el haberse conocido. Ante todo esto, le preguntó su nombre y él contestó Enrique. Caramba, pensó, igual que Angélica María y Enrique Guzmán. Se echaron a reír cuando ella le comentó lo que significaba eso. Quizá lo de anoche no se sabría jamás, pero estaban convencidos de que las cosas cambiarían para ambos, que, sin dudarlo, intercambiaron números telefónicos y acordaron verse una vez al mes, el mismo día, a la misma hora y en el mismo lugar. Después de todo, sólo era sexo entre dos extraños que se conocieron en extrañas circunstancias, que no le haría daño a nadie gracias a la fragilidad de sus mentes. Sin memoria, la vida es más sabrosa.

Foto original: GoGo

No hay comentarios: