Obituarios
El cuerpo fue encontrado en el baño de un cuarto de hotel, al parecer,
víctima de un paro cardíaco. El bibliotecario se hospedaba ahí desde hacía
varios meses y estaba al día en sus pagos. Según los que lo conocían, era un
hombre expresivo y directo en sus apreciaciones sobre la historia y sus
derivados. No era de extrañar que fascinara a más de uno con sus
descubrimientos y teorías literarios, que cada viernes por la noche se reunían
en el cafetín del hotel para dejar volar su imaginación. Pero la edad era
fundamental en este tipo de trajines; estaba muy viejo y se le notaba cansado
por cada bocanada de aire que espiraba. Las últimas personas que lo vieron con
vida fueron la recepcionista y un inquilino del cuarto contiguo, que lo saludó
sin recibir respuesta del viejo. Se le veía presuroso y un tanto nervioso, por
como manejaba la llave en la cerradura. “Cosas de locos”, pensó y no le tomó
importancia. La muchacha, de unos veintitantos años, guapa, desenvuelta y muy
servicial, le entregó su llave como de costumbre, y no percibió ningún rictus o
situación incómoda que le hiciera suponer que algo estaba fuera de lo normal.
Solo pidió su llave y que lo despertaran a primera hora.
-¿Dijo adónde iría? –preguntó Número 2 a la chica, que seguía
impresionada por el inesperado suceso.
-No que yo sepa –dijo ella.
-¿Era costumbre en él levantarse temprano?
-Algunas veces salía temprano y no volvía hasta el anochecer. Pero hasta
hace poco, dejó de venir. Cuestión de viaje, supongo; nunca lo dijo.
Número 2 y yo nos miramos a la cara. Era obvio que se refería a nuestro
encierro involuntario en aquella casa de campo. Le pedí a la muchacha que nos
dejara entrar a su habitación, con el fin de encontrar algo que nos pudiera
ayudar a esclarecer su muerte.
-La policía ya hizo el peritaje correspondiente. Y no permite el acceso
al cuarto hasta que terminen las investigaciones –dijo la muchacha.
-Nuestro amigo trabajaba en algo muy importante –dije-. Queremos saber
si dejó algo para nosotros.
-Me lo hubiera dejado a guardar, en ese caso –dijo ella.
-Tal vez porque la muerte lo sorprendió antes de tiempo –dijo Número 2.
La puerta de la habitación tenía un cintillo amarillo que impedía el
paso. La muchacha abrió la puerta, con sigilo y temor. El olor a humedad era
característico en estos inmuebles antiguos, de estilo republicano. La madera
del piso rechinaba a cada paso que dábamos y lo único que pudimos contemplar
era un cuarto desordenado tal como la policía lo había dejado. La muchacha
encendió la luz del baño y nos indicó cómo había encontrado al bibliotecario.
Había manchas de sangre en el piso, producto del golpe en la cabeza al
desplomarse luego de provocado el paro. Número 2 palpó el suelo con los pies, y
éste se retorcía por la presión. Dio un salto y el piso tembló. Nos sorprendió
a mí y a la muchacha su ejercicio deductivo. El vecino de al lado apareció de
repente, preocupado por aquel ruido.
-¿Pasó algo? ¿Están bien? –dijo.
-Sí, gracias –dijo la chica.
-Usted fue quien lo vio por última vez, ¿verdad? –dijo Número 2.
-Así es –contestó.
-Esa noche en concreto, ¿escuchó un ruido similar a este?
Antes de contestar, el hombre lo pensó detenidamente:
-No. Sinceramente, no.
-Fue hasta el día siguiente que vine a despertarlo –dijo la muchacha-.
Como no abría la puerta, fui en busca de la llave y… así es como lo encontré.
-Si el cuerpo cayó aquí –dijo Número 2-, y usted señor acaba de venir
por el ruido que he provocado, ¿no escuchó nada esa noche?
-¿Qué quiere decir? -dijo el hombre.
-Que no murió de un ataque cardíaco. Han hecho que pensáramos eso. El
asesino lo dejó en esa posición luego de que le golpeara en la cabeza.
-Espera, espera, espera –dije, rebobinando lo escuchado-. ¿Quieres decir
que esto ha sido homicidio?
-Está más claro que el agua. Señorita: ¿vino alguien a buscarlo?
-No. Tengo turno de noche y nadie ha venido, ni siquiera a hospedarse.
-Tal vez ya estaba aquí, esperándolo. ¿Se han hospedado aquí días
previos al crimen? –Preguntó Número 2 a la muchacha.
-La gente va y viene. Tendría que revisar el registro.
-¿Crees que tenga relación con…? –dije.
-Sí. Definitivamente. ¿En qué estaba trabajando el viejo, recuerdas?
-Un libro que había visto en la biblioteca de…
Callé por un instante. La muchacha y el inquilino nos observaban
intrigados, suponiendo que nada tenían que hacer frente a nuestras
elucubraciones. Nuestras sospechas iban más allá de un simple accidente o
circunstancia fatal que nos aproximaba cada vez más al desenlace de esta historia.
-¿Podemos ver el registro, señorita? –dijo Número 2, con una
determinación pocas veces vistas.
-No me queda otra opción –dijo ella, resignada.
-Mientras reviso abajo –me dijo Número 2-, tú quédate aquí a ver qué
encuentras.
-Está bien.
Número 2 y la muchacha se retiraron. El inquilino se quedó pegado junto
a la puerta mientras yo observaba el decorado a través de una rápida ojeada. Me
preguntó si necesitaba ayuda, pero preferí hacer estas cosas yo solo porque
estoy más familiarizado en coger objetos con suma cautela, que un curioso
improvisado podría manipular incorrectamente las evidencias ahí presentes.
-¿Hace mucho que conocía al viejo? –le pregunté.
-Digamos que no éramos amigos, eso está claro. Las pocas veces que hemos
coincidido, ya sea por el corredor o abajo, en el cafetín, siempre hubo
cordialidad en ambos. Hablaba poco y no era de los que cuenta de su vida
personal. Le gustaba hablar de cosas de su trabajo, eso sí.
-¿Cómo qué?
-De libros, viajes, investigaciones. Esas cosas.
-¿Le mencionó algún libro en el que estaba trabajando?
-Escuche. Hace un momento le oí a usted decir sobre un libro encontrado
en una biblioteca.
-Sí.
-Es curioso ahora que lo dice. Hace un par de semanas, cuando volvió de
un viaje… no lo sé. No me consta. Le escuché referirse a una falsificación de
no sé qué libro. Estuvo hablando de eso con alguien en el cafetín.
-¿Recuerda quién era?
-Es que… pasé tan rápido que no me percaté, sinceramente.
-¿Inquilino?
-Podría ser. Oiga, esto me parece tan extraño. Una muerte, cosas de
libros. Esto ya parece… no sé… es todo tan alucinante.
Solté una estentórea carcajada que hasta mi interlocutor se mofó de tal aseveración.
Solo le pedí discreción con respecto a las cosas que había visto hasta el
momento. El tipo habrá pensado que éramos policías porque ni siquiera nos
preguntó quiénes éramos. Ni siquiera nos habíamos presentado ante la muchacha
como los simples hombres que éramos. Mientras el tipo seguía recitando algunas peroratas,
revisé la pequeña mesa al lado de la ventana. Sobre ella había papeles y
periódicos desordenados. Cuidadosamente, cogía los pliegos con un pañuelo para
no dejar huellas. Simplemente lo que vi me dejó pasmado. Luego de varias hojas
que iba retirando, una encima de la otra, veo la página de un periódico donde
señalaba la penosa muerte de un sacerdote en un accidente de tránsito. Pudo
haber sido una noticia como cualquier otra, pero la foto del prelado fue tan
evidente que el miedo se apoderó de mí. Era el mismo vicario quien nos ayudó a
ingresar en las catacumbas. El accidente se había producido dos días antes de
la muerte del bibliotecario. Al parecer, un auto embistió al suyo mientras se
dirigía a una ceremonia. Una noticia que pasó desapercibida gracias a los
tentáculos de sabe Dios qué fuerzas ocultas estaban detrás de todo esto. Quise
saber más de aquella información, ya que también estaba involucrado el joven
sacristán. Pero no hacían mención de él. El vicario viajaba solo por la Vía
Expresa. Según testigos del incidente, un loco del volante invadió su carril e
hizo que perdiera el control, estrellándose en unas columnas. Ambos coches
quedaron destrozados. El chofer de aquel vehículo había desaparecido.
Cuando Número 2 y la muchacha regresaron, no encontraron muchas luces
con respecto al posible atacante del viejo. Nadie se había hospedado en esos
días y parecía que su teoría no tenía sustento. En silencio, seguimos revisando
el dormitorio; esta vez, la muchacha se excusó y volvió a sus quehaceres. El
inquilino curioso hizo lo mismo y no dudó en ofrecer su ayuda para cualquier
cosa que necesitáramos.
-Cree que somos policías –dije.
-¡Qué idiota! –dijo Número 2.
Ya solos, le mencioné sobre la noticia que había encontrado. Cogió la
página del periódico y leyó detenidamente la información. Algo se estaba
cociendo y no era precisamente un estofado a la napolitana, dijo. Dejó la hoja
sobre la mesa y seguimos rebuscando entre las pertenencias del viejo. En un
cajón de la cómoda encontré una pequeña libreta. Había muchos nombres y
direcciones de correo y teléfonos celulares. La mayoría era de gente que de
alguna forma conocemos por medio del mundo intelectual, pero nada relevante que
nos indicara algo. Número 2 se dirigió a la ventana y observó.
-El asesino pudo haber entrado por aquí –dijo Número 2-. Hay un balcón
que da directo hacia el otro techo. Estas construcciones tienen esa ventaja, tú
lo sabes más que nadie.
Observé lo que había señalado. Y efectivamente, cualquiera podría trepar
los muros y caminar por ese balcón hasta la ventana. Por lo general, estaban
diseñadas para proteger la madera de la lluvia, así no se empozaba en el techo
y creaba goteras. Si Número 2 estaba en lo correcto, el asesino pudo haber
subido por el otro lado, que da a un garaje, caminar por las vigas del callejón
y alcanzar la ventana. Había unas huellas en la pared, como quien hubiera
caminado por ahí. Pero también era probable que el hombre de mantenimiento
limpiara esa zona como lo haría cualquier día de la semana. Era complicado
sacar cosas en limpio sin tener una evidencia contundente que nos ayude a
desentrañar este misterio cada vez más difícil de solucionar.