viernes, 20 de enero de 2012

Insatisfacción: Prostis y gigolós

El fin de semana pasado, mientras degustaba un capuchino en mi cafetería favorita, tuve la impresión de que la muchacha de la mesa contigua estaba coqueteando conmigo. Ella, obviamente, estaba acompañada de un tipo muy bien parecido, el que todas sueñan con tener a su lado. Sin embargo, debo rescatar de aquellas miradas furtivas que osaba enviarme, que no estaba del todo satisfecha con su relación. ¿O eran ideas mías? Por un momento creí que su persistente mirada era porque algún niño había dejado caer sobre mi cabeza un poco de helado o mi rostro le era familiar. Hasta pensé que me diría "tú eres el del Blog de Carlitos". Pero no, demasiado perfecto para ser real. Quizá, al verme solo, habrá pensado que estaría por ahí dando tumbos en busca de algún pescadito o mi soledad era tan obvia que denotaba una patética existencia que trataba de sobrellevar tomándome un capuchino. No, nada de eso. Por lo general, soy demasiado fantasioso y dejo que mi imaginación haga de las suyas. Este no era el caso. Debo decir que tenía razón al afirmar que la muchacha estaba coqueteando conmigo. Era demasiado bochornoso tener su mirada clavada en mí mientras su pareja seguía discutiendo sobre las posibilidades del átomo en el estudio de las compactadoras de basura en el estado de Minesota (?). Al menos, en ese caso, soy más divertido.

El muchacho la dejó un momento a solas porque tenía que ir al baño. Oportuno, pensé. ¿Qué haría en este caso? ¿Acercarme a ella o dejar que ella se acerque a mí? Fue ella quien dio la iniciativa y me dejó su tarjeta, muy bien hecha por cierto. "Llámame", dijo. Volvió a su mesa y el tipo no tardó en aparecer. Naturalmente yo estaba hecho un manojo de nervios y no supe elucubrar bien mis pensamientos. ¿Realmente quería que la llame? ¿Era una broma? ¿Quería un trío? Luego, se marcharon y ella ni siquiera me miró cuando lo hizo. Tres días después, en medio de una serie de interrogantes y con la tarjeta en la mano, me atreví a llamarla. Le expliqué quien era y algo cortante me dijo: "¿Recién llamas? Pensé que ya no querías nada". Caramba, pensé, esta sí que es una de las mías. Hablamos un rato y nos citamos esa misma noche en un lugar neutro, donde nadie pudiera reconocernos.

¿Qué hacía una chica tan linda como ella, con un tipo como yo, feo, enjuto, con anteojos y casi ligero de cabellos, cuando podía estar al lado de un galán como el de la otra noche y disfrutar plenamente de su compañía? Los misterios de la vida, pensé. ¿O debo llamarlo oportunidad de oro? Tomamos un par de tragos y nos pusimos a tono con nuestros más profundos secretos. Yo salía de una horrible experiencia con una muchacha que no sabía lo que quería y ella estaba aburrida de su actual pareja. Ella supo apenas me vio que éramos compatibles sexualmente. Las personas perciben una esencia química que hace posible un encuentro cachondo bajo las sábanas de un hotel: feromonas. Y esa sensación no la podía sentir con este muchacho. Era divertido, ameno, tenía temas de conversación y la pasaba bien; pero, lamentablemente, su vida sexual era aparatosa y no podía culminar la noche como esperaba. Ya deben imaginar cómo terminó mi cita. 

¿A qué quiero llegar con esta anécdota? Que somos lo suficientemente humanos para comprender que no todo es como queremos que sea. Algo falta en la ecuación que nos impide estar plenamente satisfechos. El sexo y el amor son dos hemisferios complejos, llenos de agujeros negros y vórtices inexorables que nos apartan de nuestra real dimensión como seres humanos. No podemos vivir sin sexo y sin amor, ambas cosas a veces se confunden como una sola, pero no es cierto. El amor es algo más grande que un simple roce de caderas. Es un tema del que hablaré en otro momento.

El sexo es un compendio de todas nuestras frustraciones acumuladas desde la infancia, que son exploradas en la adolescencia y culminadas en la adultez, como meta y realización personales. Nos reprimen desde pequeños, porque es malo. La iglesia y la religión propiamente dicha, son las causantes de que nuestra vida sexual tenga demasiados desvíos y peligros para nuestra propia vida. ¿Por qué hay tanto pedófilo y violador? Porque la sociedad impone un estado de conducta disociada con nuestra privacidad. El Estado no tiene derecho a mis decisiones. No elige por mí. Si quiero tener sexo todo el día, no debo sentirme culpable y confesárselo el domingo a un violador de niños con sotana. Y creo que los curas se han tomado al pie de la letra eso de "Dejad que los niños vengan a mí".

El libertinaje, por otro lado, es el extremo al que no debemos llegar. Al menos, somos seres racionales que diferenciamos lo bueno de lo malo. Pero una vida plena, abierta, con sentido común, nos hará felices a todos. Si vemos a un tipo o a una mujer amargados por la mañana, que pelea en la estación del Metropolitano, deducimos que no recibió su "mañanero". Evitemos esos conflictos. Una buena educación sexual nos hará a todos permisibles, sin tabúes, sin doble moral. Si mi pareja quiere coito en la ducha, déjalo; si le gusta ver porno en la PC, déjalo, con tal que deje limpio en mouse y la silla. Hay gente que es fetichista. No puede tener una erección, en el caso de los hombres, porque quiere que su mujer use lencería o botas o zapatos de taco 9. Las mujeres quieren que sus maridos se vistan de bombero o de lobo feroz. Esas cosas son naturales, son enriquecedoras y estimulantes para las personas. Los más osados quieren sexo con una tercera persona. Hombre-Mujer-Hombre; Mujer-Hombre-Mujer. Recurren al mejor amigo, con el que tengan confianza o, contratan a un terapeuta sexual. Genial.

El hombre quiere que su mujer sea una puta en su cama. Y como es bien sabido, la mujer tiene reparos en ciertas disposiciones que le impiden complacerlo en ese campo, según su educación y lo que le decían en la parroquia en la época del colegio. Hay otras, sin embargo, que le entran a todo, especialmente las chicas de barrio, las arrabaleras, las que se han criado en medio de la promiscuidad generacional de sus padres y que lo ven como algo normal y digno de hacer con su pareja de turno. Como dije, según la educación que tenemos y recibimos, vamos a tomar las cosas de una manera que nos convenga. Al hombre, naturalmente, se le ha criado como el semental de la casa; él sí tiene que ir a un prostíbulo, acostarse con fulana y mengana, hasta con la prima o la tía; y eso es normal. Pero una mujer, tiene que esconder su sexualidad porque la sociedad la señala como "puta". ¿Por qué? También tienen derecho de disfrutar de su cuerpo. Pero me alegra mucho que la mujer de nuestro siglo se ha quitado la bata y los ruleros para dejar en claro que ella también quiere gozar, donde sea y con quien sea.

Los salones de strip tease ya no son exclusividad del hombre. Las mujeres tienen su espacio para dar rienda suelta a su imaginación. Porque quiere, lo desea, nadie se lo va a impedir; ni siquiera su marido o su papá o el cura. Tienen sexo en la oficina, con el compañero de trabajo o con el jefe. Las chicas de McDonald's o Burger King tienen sexo en los baños o en la cocina, a la hora del cierre. Y si me equivoco, bueno, se irán a un hotel. Pero lo hacen. La confraternidad nos impulsa a ser desinhibidos. "Todo queda entre nosotros", como se dice. No hay que tenerle miedo a nuestros impulsos. Si la población mundial tuviera sexo a diario, el mundo sería distinto. Iríamos a trabajar con una sonrisa en el rostro, seríamos más proactivos y creativos.

Las personas solitarias, por ejemplo, tienen que vivir en la sombra. Tímidamente se encierran en una cabina y chatean con un extraño, fingiendo ser otra persona, más osada, más tempestuosa. Quieren conocer gente y no saben cómo hacerlo en su vida cotidiana. Crean un personaje para deleite del otro que está a la expectativa de "quien podrá ser". De alguna manera, es la misma sociedad quien los lleva a ese mundo, o se enfrascan en videojuegos o se aíslan con el ipod. Porque tienen miedo de enfrentarse ante una mujer u hombre, sea el caso, y decir abiertamente cuáles son sus intenciones. La gente quiere sexo, pide a gritos tener sexo, y nadie se los quiere dar solo bajo la condición de comprometerse. Acostarse con alguien no debe significar que ya son pareja. Ese es otro de los mitos que se tejen al respecto de este tema. La parte emocional y afectiva debe estar desligada del placer. "Tengo sexo por amor", dicen. Es mentira. Mañana más tarde terminas con tu pareja odiándose y maldiciéndose que no van a recordar eso de "lo hago por amor". Nadie hace nada por amor. Es instintivo, es propio del humano. Que le quieren poner una cuota romántica para disimular la arrechura del momento, es para los imbéciles.

Las prostitutas, por ejemplo, merecen todo el respeto que la profesión les ha dado. Tienen que atender a toda una pléyade de individuos que a veces ni siquiera se baña o su aliento aguardientoso es para vomitar. Son necesarias, son imprescindibles dentro de una sociedad, porque el individuo quiere hacer las cosas a escondidas. Hasta se avergüenzan de comprar un condón. Una dama de la noche tiene sus niveles, tiene su estatus. Las sofisticadas te dan un servicio completo, bien pagado, vale decir; te acompañan a reuniones o seminarios en el hotel Sheraton, visten elegante, se comportan como toda una dama culta, bien instruida y modales que quisiera que tuviera tu mujer. Son las que vale la pena pagar 600 dólares sin preocuparse de la pensión del niño. Las rutilantes, son las que encuentras en un pub, una discoteca o un bar. Son las que parecen modelos pero cuando hablan solo dicen "me fui a Ripley y me compré una blusa Gucci" -sin saber que lo hacen en Gamarra o viene de China-. Son las que te aceptan un trago y un piqueo en El Bolivariano y tu "voluntad" por el servicio. Hasta le pagas el taxi de regreso. Pero si no quieres seguir escuchándola, mejor te haces el dormido, porque hablan de cualquier cosa para hacerse las interesantes. Y si les aclaras que solo quieres echarte un polvo en silencio, se ofenden. Las inclasificables son aquellas damitas que ponen su anuncio en El Trome y no pasan de los 120 soles la hora, con las poses que tú quieras y el trato de pareja. Y son exactas. Si te dicen una hora, es una hora. Pero el reloj empieza a contar desde que entraste al dormitorio, te desvistes y te echas en la cama. Te cuentan un poco de ellas y tú les cuentas algo de ti, y para esto ya han transcurrido veinte minutos. Ya cuando crees que estás a punto de llegar al clímax, te cortan el viaje porque tu tiempo terminó. En cambio, si le caes bien y le provocas sensaciones que no ha sentido con otro cliente, te regala media hora más, hasta podrían darte "la colita" si te portas bien.

Los gigolós, en cambio, son una raza que se extingue poco a poco. Casi nunca se les ve, solo en la farándula camuflados como los "novios" de Susy Diaz o la criollaza Lucía de la Cruz. Los pocos que aún circundan ese universo ingrato de la prostitución logran enaltecer la autoestima de una incomprendida ama de casa o ejecutiva que no tiene tiempo para el amor. La mayoría de ellos son jóvenes que buscan satisfacer sus necesidades inmediatas, como un par de zapatillas, ropa o una comida en el Swissotel. No piden mucho. Otros, los más curtidos, quieren dinero y posibilidades de codearse con gente de peso, que les pueda dar un programa de televisión o publicar un libro autobiográfico. No es tan fascinante como se espera, porque el hombre solo seduce a mujeres desengañadas o falta de emociones, son predecibles y no tienen el encanto natural que una mujer puede proporcionar en los juegos amatorios. Los chicos de compañía se esmeran por lucir bien, aprenden pasos de baile, aprenden a comer y llevan cápsulas revitalizantes por si tienen varias ofertas esa misma noche. Sin embargo, no engañan a nadie. Se sabe que son gigolós, ni siquiera metrosexuales; son prostitutos que se ganan la vida ofreciendo su tiempo a damas con apetitos carnales, que no pueden ser correspondidas por sus abnegados y laboriosos cónyuges, cansados por las horas de trabajo en la oficina y una canita al aire con la secretaria, por supuesto, más joven que su mujer.

Ese es el problema que tenemos actualmente: buscarnos alguien más joven para sentirnos vitales. Es innegable que un hombre maduro es más atractivo y deseable a la vista de todos, que una mujer entrada en sus años de retiro, quizá, por todos esos retoques e implantes en la cara que desconciertan a Stevie Wonder. ¿Alguien no ha pensado en acostarse con Sean Connery o Morgan Freeman, por decirlo menos? Tampoco voy a negar que hay señoras que están para darles una bombeada de cisterna, porque las hay. He conocido a un par que tienen lo suyo, al natural, son tías regias que podrían competir con las chicas más avezadas de la ciudad. 

Sin embargo, ¿debemos conformarnos con lo que nos dio la naturaleza? A veces el ser humano peca de vanidoso y cree que la vida es inacabable. Podemos prolongarla, más o menos, comiendo bien, haciendo ejercicio regularmente y no metiéndonos tantas toxinas en el torrente sanguíneo. Pero igual vamos a morir. Simplemente, queremos ganarle a la competencia. Queremos acostarnos con tantas personas como sea posible para romper un par de récords o alardear de nuestra sexualidad. En el fondo, estamos insatisfechos, queremos más, queremos probarlo todo porque lo que tenemos no nos llena lo suficiente. Los matrimonios existen por alguna razón, pero no es lo total que deberíamos aspirar, porque -como dije- las convenciones sociales son demasiado fuertes para romper la rutina, el sexo es una desviación pecaminosa que nos condenará al fuego eterno y no hay nada tan malo como el sexo que corrompe la mente de la juventud. Hay pandillas, drogadictos, asaltantes y otras bestialidades, pero el sexo es el sujeto nocivo que hay que desterrar. Es la causa por la cual hay embarazos indeseados, precoces, hay enfermedades contagiosas y una serie de gamas que aún rebotan en las mazmorras del Santo Oficio. No, el problema aquí es la educación, sin educación el pueblo vive en oscurantismo, puede ser manipulado por la Iglesia y gobiernos corruptos que solo quieren ganar dinero a expensas de nuestro trabajo. Sin educación no podemos llegar a ser civilizados, por eso nos escondemos a los ojos de los demás cuando nos acostamos con una prostituta o un gigoló, o simplemente conocemos a alguien y nos provoca tirar como gente normal, sin miedo, sin prejuicios.

Y no se trata solo de sexo. La insatisfacción viene desde la casa, de tener a unos padres tan cerrados y poco comunicativos, de tener a unos hermanos molestosos que te quitan el jabón o se usan la colonia que te costó un ojo de la cara. Es no poder comer lo que a uno se le antoja, es no ver el programa que uno desea ver; es conocer a una persona que te dice una cosa y cuando ya estás dentro de ella, cambia completamente. Si tienes a un@ chic@ simpátic@, quieres a un@ guap@ y así sucesivamente. Quieres abarcar todos los espectros posibles. Una mujer no puede ser gorda, tiene que ser como las súper modelos de moda: 70-40-60. Si tienes los pechos grandes, eres la sensación de la fiesta; pero si tienes el trasero como JLo, eres una diosa. Un hombre debe tener el pene grande, sino no pasa nada contigo. Siempre queremos más, y seguiremos queriendo más mientras la publicidad engañosa nos bombardee con tal o cual producto para vernos bien. Ser el mejor no quiere decir que quieras todo. Ser el mejor es saber que lo que haces va a trascender y tu nombre será recordado tanto como Beethoven o Stephen Hawking. La satisfacción parte de sentirse bien con uno mismo. Lo demás, viene por sí solo.

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