miércoles, 4 de enero de 2012

Lo que ELLAS quieren

La mujer es un ser lleno de misterios. Es impredecible. Es calculadora. Utiliza todas las herramientas necesarias para salirse con la suya, al menos, en las cosas que se ha ganado con legítimo derecho. Según la tradición judío-cristiana, Dios la hizo a partir de una costilla -de ahí su singular apelativo de "costilla" cuando nos referimos a ella-, la cual puso en tela de juicio el conocimiento del hombre al tentarlo con sus tretas y devaneos innatos. Fue así que la mujer pasó a ser sinónimo de pecado, de lujuria, de seducción. La mujer es el objeto más preciado que el oro, que muchos hombres han provocado guerras en su nombre. ¿Recuerdan al tristemente célebre Paris, quien raptó a Helena arrebatado por su belleza y codicia carnal? La mujer es cautivadora, provocativa... y peligrosa.

Dicen que detrás de todo hombre, hay una mujer. Eso es falso. Detrás de un hombre hay una  hilera de cagones que quieren cogerse a su mujer, provista de artilugios por los cuales más de uno quede rendido a sus pies. Se han escrito novelas, poemas, ensayos y tratados acerca de estas damas; las hemos visto aguerridas, desprotegidas, calmas, espirituales, arteras; bombas sexys, putas con corazón de oro; cenicientas románticas, divertidas y casuales. No cabe duda que la mujer ofrece un abanico de personalidades que nos cuesta creer que no podamos tenerlas a todas en exclusiva.

Cuando Eva le dio de comer del fruto prohibido a Adán, envilecida por una serpiente, se escribió un nuevo capítulo en la vida de este género humano. Lo que la Biblia no dice es que dicho fruto prohibido no era otra cosa que la curiosidad por explorar el sexo en su máxima expresión. La serpiente -Satanás, no cabe duda- representa la conciencia y la racionalidad ante la venda de la castración y el engaño de los sentidos. El "Árbol de la Sabiduría" fue develado por fin, lo que castigó a los impuros a ser desterrados y convertidos en simples mortales sin goce de haber. Y eso es lo que se le ha inculcado a la mujer desde tiempos arcaicos, que su papel en la sociedad era servir al esposo, cuidar a los hijos y ser solo la anfitriona de su propia casa en ocasiones especiales. No podía opinar libremente, ni siquiera tenía derecho al voto ni a reuniones partidarias. El movimiento feminista se intensificó y Freud diagnosticó estos fenómenos como "envidia del pene".

Pero la mujer ha tenido un rol destacado en la historia. Las mujeres han sido las estrategas mejor dotadas cuando se trata de derribar a sus oponentes. No hay persona más arpía, crítica y envidiosa que una mujer; y si es una mujer despechada, es mejor no estar ahí cuando su sed de venganza sea tan demoledora como una bomba de neutrones. La mujer es fuerte, es indomable, aunque quiere aparentar fragilidad. Todo lo tiene fríamente calculado según sus propósitos. Lo que ella quiere es simplemente estar al mismo nivel que el hombre. Y el hombre, naturalmente, es el ser más estúpido que hay en la tierra. Cree que es todo un player, que no le gana nadie; pero no se da cuenta que su "conquista" lo está consumiendo hasta el agua que toma: le compra lo que quiere, la lleva donde quiere, come lo que quiere -y en el lugar más costoso inclusive-, para darle solo un besito de las buenas noches en la primera cita. Ya en la segunda, afloja un poco y lo deja que le toque el culo y las tetas, para que el huevas se quede tranquilo. Más adelante, después de vaciarle la billetera, quizá lo deje hacer alguito más con su cuerpo. Y no es solo el único, tiene una constelación de facundos que añoran tener ese cuerpo entre sus brazos. Desde la más buenita hasta la más desgraciada tiene su toque de distinción. Sabe lo que busca, lo que quiere. Y lo consigue con facilidad.

La mujer es selectiva, siempre busca al macho alfa para aparearse y prolongar la especie. Quiere un hombre que la proteja, pero a la vez que la respete, y que respete su lugar, su espacio. Todos tenemos ese instinto de posesión que custodiamos con el mayor celo posible. Eso es señal de debilidad, de inseguridad. Un hombre o una mujer celosa es quien pierde siempre; rara vez gana. La mujer pelea por su hombre, como debe ser, porque defiende su territorio del asedio de faltosas que quieren quitarle lo suyo. Pero, la mujer es más astuta de lo que aparenta, y si el machote de su marido sale con fulana y sutana, ella puede salir con mengano y gozar tan igual o mejor en ese mismo terreno. Al final, ella sale ganando por partida doble.

La mujer cuando habla de sexo o fantasea con el amigo de la oficina, es más discreta, más sutil, no es tan bocona como el insulso de su enamorado o marido, que pregona a los cuatro vientos que se tiró a medio distrito en sus cuatro años de relación. A la mujer no se le nota cuán excitada está, salvo los pezones, pero adquieren una sabiduría tan digna de Premio Nobel cuando afirman que dicho brote solo es producto del frío. Y les creemos. En cambio, el hombre, demuestra su virilidad entre las piernas sin ninguna vergüenza. No hay nada que esconder, dicen. Y si es lesbiana, saben guardar las apariencias. Son tan féminas que pasan desapercibidas hasta del ojo más entrenado; y es una delicia ver a dos mujeres repartirse mimos sin nada de malicia, como dos auténticas amigas que comparten ese cariño sincero que no encuentran en un hombre.

Las mujeres cuando se emborrachan son más efusivas en sus gestos y deseos. Los hombres cuando se emborrachan van a baño a descargar todo lo que comieron el verano pasado y no hacen otra cosa mejor que comparar sus penes, hablar de fútbol o, simplemente, se quedan dormidos en medio del jolgorio. La mujer, en cambio, tiene tiempo para flirtear con el chico del costado y van al baño a intercambiar números de celular y fluidos corporales que hace aún más interesante la noche. Se citan para el siguiente viernes y, como es natural en ellas, busca el pretexto perfecto para que el imbécil de su pareja no levante sospechas: "Voy a pasar el día con mi hermana, que acaba de llegar de los Yunaites". Y les creemos.

No todas son así, por supuesto. Unas son más abnegadas, sacrificadas, con el don en el alma para perdonar toda infidelidad y transgresión. Claro, a esas las encontramos en  un monasterio. Ya la mujer no cree en cuentos, no cree en pretextos, no cree en la visita de los marcianos que secuestraron al fulano y luego de tres días volvió para relatar su odisea, incluidas las manchas de lápiz labial en sus calzoncillos. No. Ahora la mujer no necesita de un hombre para ser feliz. Necesita varios. Pero sobre todo, sus deseos de superación le han dado un sitial en la sociedad, ocupan cargos públicos, son hasta nuestros jefes. Y son tan mierdas -o peor- como un hombre al dar órdenes, porque son meticulosas, perfeccionistas, detallosas; nunca aceptan un NO como respuesta, ni siquiera aceptan un rechazo, prefieren terminar a que terminen con ella.

Dicen que una mujer es un peligro en el volante. Yo creo que no. Los accidentes de tránsito, en su mayoría, son ocasionados por hombres, los mismos que las insultan en la calle con "anda vete a cocinar". Ellas deberían decir: "anda que te pongan un cerebro en esa pichula que llevas en la cabeza". Sería una salida justa. Lo que pasa es que la mujer es más precavida a la hora de manejar; el hombre, por su estado troglodita en que está, cree que viajando a 1000 por hora logra descargar toda su frustración. ¿Frustración de qué? ¿De que su mujer lo engaña? ¿De que uno de sus hijos no es suyo? ¿No le dieron su "mañanero"? ¿O porque su mujer consiguió un buen trabajo mejor remunerado y ahora tiene sus propias tarjetas de crédito y una membresía al mejor spá de la ciudad? Esfuérzate mejor, pues, cojudo.

Hoy en día la mujer domina el mercado. Domina las altas esferas de la política y de las comunicaciones. Es líder de opinión. El único inconveniente es que dicen sentirse bien e independientes estando solas, cuidando a su gato o perrito faldero. La mujer, por encima de todas estas cosas -que son importantes, claro está-, quiere estar con un buen hombre. Quiere sentirse deseada, acompañada, valorada. Que sus atributos no sean solo para conseguir un puesto de trabajo -que las hay-, sino que sea querida por ser quien es, que disfrute plenamente las caricias de su hombre alfa. No es solo cuestión de piel, es respeto, amor, compromiso y dedicación.

¡Qué sería del mundo si no hubieran mujeres! Harto maricón, desde luego. La mujer es un ser preciado. Es un don divino. Es la que nos dio la vida, la que nos regaló sus mejores años, la que aguanta todas nuestras estupideces. Amo a las mujeres, no cabe duda. "Disculpen si soy algo romántico es este aspecto", como diría Woody Allen en una de sus películas. No puedo negar que mis mejores amigos han sido mujeres, y de ellas guardo un grato recuerdo. Algunas ya no están más en mi vida. Otras, en cambio, son necesarias para comprender que el mundo sería muy aburrido sin ellas.

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