sábado, 7 de enero de 2012

Lo que ELLAS piensan de ELLOS

Hace unos días, invitado a una de mis acostumbradas reuniones de confraternidad, mientras deambulaba por el gran salón en busca de un trago, sin que nadie me prestara la más mínima atención, no pude evitar escuchar las conversaciones de algunas personas. Los temas eran variados, desde política hasta el último hit de Katty Perry. Como era habitual, los hombres brillaban por su ausencia y debo recordar que es cierto eso que dicen que "por cada hombre hay siete mujeres (más un gay y un enano)". Pero aquí se multiplicaba por cuatro la presencia femenina que, dicho sea de paso, era mejor para el ojo masculino. Lo interesante del asunto es que muchas de las damas reunidas tenían un concepto definido de lo que era un hombre. Para ellas, claro está. Más interesante aún cuando hablan por rencor o por efecto del alcohol.  Y si de alcohol se trata, lo primero que se les viene a la mente al referirse a un hombre es el de ser borracho. Desde los comienzos de la humanidad, el hombre se embriagaba para rendir tributo a los dioses o celebrar una victoria en el campo de batalla. Aquí no ocurre eso, cualquier ocasión es ideal para sucumbir ante los deseos de Baco: cuando pierde su equipo favorito, cuando gana su equipo favorito, cuando el hijo o la hija se gradúan, cuando se casan, cuando se divorcian, cuando va preso, cuando sale de la cárcel. No hay un solo día que no sea pretexto para empinar el codo. Y eso es lo que detestan las mujeres.

El hombre no es perfecto, eso lo sabe todo el mundo. Si fuera perfecto no necesitaría de una mujer para buscarle sus calcetines. El hombre depende mucho de la mujer, y eso no lo puede reconocer; pero también hay mujeres que son permisibles ante tanta calamidad junta. Una madre protectora, que le sirve la comida en la cama, que defiende sus intereses ante una de esas aprovechadas que solo buscan su dinero -¿cuál dinero?, si lo único que tiene es la mesada que recibe mensualmente para que siga haraganeando-. Para estas madres sus hijos son perfectos, son un pan de Dios. Y si la nuera dice todo lo contrario, patitas para qué te quiero. Arde Troya, mientras el gil no deja de ver la televisión y comer el pollo Kentucky del día anterior.

El hombre es irresponsable, machista y palabreador. Es el rey de los adjetivos subidos de tono para calentar a un mujer inocente e inmaculada. Pero las más avezadas no caen en sus redes, son ellos quienes caen con sus encantos de sirena, seducidos por su cuerpo y lujuria que brota de sus poros. Claro, después de varias cervezas encima, le quitan hasta el llavero de Mickey Mouse que cuelga de sus bolsillos. Como él no hay otro, puede hacer todo lo que le plazca fuera de la casa; pero en ella, es una mansa palomita que tiene que lavar los platos y barrer la cocina después de comer.

Es un trofeo para algunas y un consolador para otras. Es una pieza intercambiable que sirve en ocasiones especiales y que solo funciona una sola vez hasta que las baterías se recarguen luego de un par de horas de uso. Puede que hayan conquistado el mundo, pero una mujer es un arma letal hasta para el más sanguinario de los gobernantes. Son manipulables, alienados; así tengan 50 años, quieren lucir como Justin Bieber. Cuando no pueden con una mujer madura, tienen que corretear a jovencitas que podrían ser sus nietas, porque saben que eso les da cierto "prestigio", así les haga solo cosquillas con su "pellejito" mal circuncidado.

Son niños grandes. O debería decir solo niños. No pueden evitar seguir persiguiendo sueños, chicas, dormir hasta tarde un domingo soleado cuando su pareja está lista desde las seis de la mañana para ir a la playa. No es nada romántico en una fecha especial; no es atento ni cariñoso, solo se sirve la ensalada como si le estuvieran haciendo un favor. No presta atención cuando una mujer le habla, ni siquiera es comedido para ayudarla a cargar los paquetes del supermercado; lo primero que hace es recoger el six pack de cerveza y echarse un juego de damas chinas con el gordo de su vecino, que casi está viviendo con ellos porque su mujer no lo soporta.

Son inútiles arreglando la luz de la casa. Cruzan los cables y no ofrecen garantías para encender la lamparita del estudio. Los hombres no comprenden a las mujeres, cuando dicen que han subido una talla más de pantalón. Al hombre no le importa engordar, porque eso le da estatus de hombre de la casa, que es bien alimentado por su cónyuge. Pero eso es sinónimo de "chelero", y no quiere aceptarlo.

El hombre vive del pasado. Recuerda con mucho cariño su primera borrachera en su fiesta de graduación, pero borra todas las cintas de VHS de su matrimonio para grabar sus partidos de fútbol y piensa que debió quedarse en 1985. ¿Quién se cree, Marty McFly?

El hombre piensa en sexo veinte horas al día. Es un consumidor nato de pornografía y un hábil cineasta, porque graba a escondidas sus sesiones amatorias con sus ocasionales concubinas y al poco tiempo las cuelga en Cholotube para deleitarse él mismo de sus chaplinescas hazañas. Y si no tiene con quién, bueno, ahí pondrá en funcionamientos sus habilidades simiescas que le depararán buenas reseñas: "Oye, Pepe, veo que estás yendo mucho al gimnasio. Las pesas te sientan bien". El problema es cuando una de estas féminas entra por casualidad a esta página y se encuentra a ella misma haciendo esas cochinadas inclasificables; o, de lo contrario, ver a su mejor amiga propinándole un felatio a su novio.

"Los hombres solo sirven para estorbar", escuché decir a una de estas conocedoras del alma masculina. La otra le contradijo, que no debería ser tan mezquina en sus apreciaciones. Hay hombres buenos, dulces, serviciales y muy amorosos. "Eso será en tu pueblo, querida; aquí abundan los imberbes", protestó la otra.

Sin embargo, aunque tengan opiniones encontradas, la mayoría de hombres son un desastre. Pero no pueden negar que son tipos que merecen toda la consideración del mundo por tener una neurona menos que la mujer, que de por sí ya es un lisiado perenne. La mujer, en cambio, se jacta de ser independiente, tenaz, decidida y organizada, pero siempre comete el error de enamorarse de uno y hacer de su vida un pie de manzana recién horneado.

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