jueves, 16 de febrero de 2012

¡Cállate!

Es bien sabido que el cine es el entretenimiento de masas por excelencia. Es una de las artes modernas donde uno comparte más de una emoción y funge de crítico cuando en realidad no sabe de lo que está hablando. Pero como en todo acto público, nunca faltan los impertinentes que aguan la fiesta al más circunspecto y entendido en la materia, aquellos que desahogan sus emociones no comiendo canchita, sino parloteando cosas ajenas a la película. Sí, pues, la gente cree que porque paga una entrada tiene derecho a hacer lo que le plazca en una sala de cine, sin respetar a los demás que sí desean disfrutar de la función. Ya habrán oído cosas como "me gusta comentar la película mientras la veo" o "así la disfruto más". Entonces, mejor espera a que termine, te instalas en una cafetería y gritas a los cuatro vientos qué te pareció para que los demás escuchen tus comentarios, que sepan que eres todo un gran conocedor de... ¿Amor por siempre?

No cabe duda que nos emocionamos casi simultáneamente en determinada escena, reímos, gritamos, desaprobamos la acción del villano o vitoreamos al héroe cuando se queda con la chica de turno; pero de ahí a que escuchemos murmullos, ringtones de celulares o sintamos los olores característicos de un pollo a la brasa o una pizza, ya es el colmo. Así como en el teatro, cuando la voz en off anuncia que debemos guardar silencio durante la presentación de la obra, se debería proyectar un slide advirtiendo que nadie está autorizado a hablar durante la película. Pero en una sociedad como la nuestra, las reglas pasan por agua fría sin que nadie pueda hacer nada al respecto.

No faltan tampoco los que saben lo que va a pasar en la siguiente escena. Se adelantan a los hechos y cagan la emoción. Uno ya sabe qué es predecible y qué no lo es, simplemente gozamos del momento como si no supiéramos nada en ese momento. Pero hay uno que se pasa de listo, y quiere caerle bien a su conquista, que tan idiota como él, no lo calla oportunamente. Como aquella vez, en el estreno del tan esperado Episodio I: La amenaza fantasma. En la fila de la izquierda, cuatro niños estaban pegados a la pantalla, y uno de ellos -el más sabihondo y experto en Star Wars- comentaba lo que iba a suceder: "Mira, ahorita viene Jar Jar Binks", "Anakin es el papá de Luke", "Qui Gon muere" o "Palpatine es el Emperador". Si más no recuerdo, esa película la vi como veinte veces porque no podía disfrutarla a plenitud. Estuve en casi todas las salas donde fue exhibida, y cada una de ella había un imbécil que te explicaba el por qué de los acontecimientos. Tuve que esperar la versión DVD para deleitarme a solas, en mi casa. Tal vez por eso ya el cine me parece una experiencia nada agradable. Prefiero comprar el DVD pirata y quedarme en mi dormitorio, sin tener que escuchar a las alegres comadres de Windsor planeando qué comprar en Oeschle. Y es extraño, pero cada cine tiene un público diferenciado. Por ejemplo, cuando fui a ver Spider Man 3, en el Cinemark de San Miguel, la gente protestó casi al mismo tiempo cuando Mary Jane besó a Harry; sin embargo, en el Cineplanet de Risso, durante la misma escena, no hubo tal reacción. Ni siquiera hubo comentarios. Otro caso, con Medianoche en París, en Cinerama el Pacífico, la vi en función de noche. Las referencias eran entendidas por casi todos y nos reíamos al mismo tiempo. Al verla en matiné, un domingo, la poca asistencia estaba conformada por gente joven, que no entendía quién era quién. Fui el único que se reía. Había una muchacha que le pedía explicaciones a su pareja de quién era Dalí o Hemingway (?).

Dicen que soy un exquisito. Lo sé. Me gusta el buen cine y que la gente se calle mientras lo veo. Afortunadamente, me gusta ir solo, porque no me agrada que mi compañera me pregunte
 qué pasó mientras se fue al baño. Ese es otro de los tantos errores que se comete al ir al cine. Si sabes que la película dura 2 horas, más o menos, toma tu tiempo previo para ocuparte, comprar dulces u otra cosa que necesites, porque eso de estar levantándose en plena función, es de insanos mentales. Peor si te sientas al medio, tienes que pasar por una serie de personas, interrumpes su concentración y pones en ridículo a tu acompañante, porque es a él a quien van a mirar mal. Sí, nos ha pasado a todos, y dirán que la mujer no tiene el aguante del hombre en esas circunstancias. Mejor, te sientas al lado del pasillo y asunto arreglado. Es bajo tu responsabilidad si te pierdes la ilación de la trama. Por suerte, a veces me toca ir con personas que sí sabe comportarse durante la función. No hablan para nada, solo al final, cuando ya todo terminó. Vale la pena tener esa clase de amistades. O, hay otras que aprovechan la oscuridad del momento, para regalarte unos cuantos mimos subidos de tono, sin importar que el tipo de al lado se gane con todo el pase. Pero esa es otra historia.

En el cine también encontramos a los padres responsables, que no dejan a sus hijos solos en casa porque pueden incendiarla o algún atracador los secuestra. Para evitar eso, los llevan con ellos a ver la película. No hay nada más insoportable que escuchar el lloriqueo de un niño. ¿Qué tiene que estar haciendo ahí? Ni siquiera entiende lo que ve, se fastidia, se aburre, se quiere ir y empieza a llorar como si le hubieran roto un dedo. Ni siquiera pueden dejarlo en casa de los abuelos, porque están muy viejos o no pretenden cuidar hijos ajenos, basta con los que tuvieron que soportar en su juventud. Y hablando de ancianos, estos tampoco se pierden una función. A mí creo que me persigue una maldición porque siempre estoy cerca de niños, ancianos o parejas. Y los ancianos son la muerte. Te comentan como si lo que estuviera pasando en la pantalla fuera verdad. La mujer, sobre todo, sufre viendo a Daniel Craig -James Bond- recibir tal paliza que hasta ella siente el dolor que le ocasiona su enemigo. O el viejo que comparte su afición por las películas antiguas, que recuerda a María Félix o a Humphrey Bogart como si los tuviera presente al lado suyo.

Por eso, he decidido ir al cine en la mañana. En algunos cines la primera función empieza a las 11 o a las 12 del día. Ahí va casi nada de gente. En alguna oportunidad la función fue para mí solo. ¡Qué placer! ¡Qué deleite! Si todas las ocasiones fueran así, me sentiría complacido hasta la saciedad. Lástima que a veces el trabajo me impide tomarme dichos atributos y debo esperar hasta la noche donde tenga la garantía de no encontrarme con niños o ancianos o parejas o grupo de amigos. Y lo mejor de todo es que puedo sentarme en la última fila, arriba, junto al proyector, así no tengo que escuchar a nadie conversar, porque la acústica hace que el ruido vaya hacia adelante no atrás. Si no encuentro disponibilidad en esa área, debo abstenerme a las consecuencias. O, sentarme en las hileras laterales, que no son del agrado del público y andan descongestionadas del todo.

En si, el cine es para verlo cómodamente en una butaca, en pantalla gigante y sonido dolby digital 5.1 surround. Te apartas de la realidad por breves momentos pero la experiencia no te la quita nadie. Es una buena terapia contra un día pesado u otras dolencias mentales que puedas tener, salvo que sea un martirio por las razones ya explicadas líneas previas. De ser así, recomiendo comprar un home theater y pásalo bien en tu dormitorio.

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