martes, 21 de febrero de 2012

Gracias a Dios que soy ateo

Desde pequeño siempre me interesó los misterios de la vida y del universo. He aprendido a dilucidar pensamientos y asimilar inquietudes que me ayudaron a establecer un criterio sincero y objetivo sobre el porqué de las cosas. Me asustaba la idea de que todo lo que existía ya no iba más después de la muerte. Mis profesores pensaban que estaba loco e inexplicablemente mi familia era de la misma idea. Quizá eso me llevó a una vida más contemplativa, menos activa, recogiendo experiencias y nutriendo mi instinto de supervivencia con preguntas que casi nadie ha osado responder: ¿Existe vida más allá de este mundo después de exhalar el último suspiro? Y si lo fuera, ¿podría seguir cobrando mi AFP? Lo que sí es cierto es que todo lo que has acumulado a lo largo de tu vida no te lo podrás llevar, salvo un traje sastre azul. Pero, ¿a qué viene toda esta angustia? Simplemente creo que la vida es una sola y eso que te venden la religión es solo para que te tranquilices y sea más llevadero frente a lo inevitable.

Como dice la Biblia: "no sentirás frío ni calor, no sentirás hambre ni sed". Claro, ya estás muerto. Eso es lo que no entiende la gente. Como dije, es tranquilizador que la vida eterna sea de esa manera, pero tampoco será gran cosa porque no podrás ni siquiera sentir el abrazo de otro ni volverte a enamorar o disfrutar de una rica merienda al lado de un león que ya te mira con otros motivos más de supervivencia que de cariño. Y la palabra "muerte" no debe asustarte, es el fin al que todos llegamos, y hacemos lo posible por prolongar la vida y que esto no suceda. Por eso comemos menos carne, menos grasa, fumamos y bebemos menos y hacemos ejercicio casi a diario; sin embargo, eso no detiene la vejez ni la extinción. Los dinosaurios desaparecieron porque cayó un asteroide en las costas del Yucatán, no porque no tenían sexo o porque se comían entre ellos. Y cuando vemos tantas desgracias que implica pérdidas humanas, es porque la propia naturaleza sabe cuándo es el momento de purgar lo que está de más. Sé que suena feo, pero es real, hay que verlo en su total contexto para entender que eso del diluvio es una metáfora de que cada cierto tiempo la explotación demográfica, tanto de hombres, animales o cosas, rebasa la permanencia de los recursos y es necesario un equilibrio al natural desarrollo de los mismos.

Semanas atrás escuché a un rabino hablar sobre el significado de la palabra JEHOVÁ. Es el mismo tipo que los católicos creen y es el mismo que concibió a un hijo para enviarlo a salvar nuestros pecados. Qué pecados, me pregunto. ¿Es el mismo que Adán y Eva cometieron durante su estadía en el Paraíso? Me imagino que sí, porque es del único tema que hablan los religiosos cuando se trata de estas cosas. Y no me explico porqué. Para seguir con la idea del rabino, éste pontificaba que Jehová observaba detenidamente nuestros actos, estaba al tanto de lo que hacíamos y sabía exactamente quién lo veneraba. "El ojo de Dios", como dicen, "el que todo lo observa". Vamos, ni siquiera están de acuerdo en que el mesías se llamaba Jesucristo y Poncio Pilatos quiso eximirlo de toda culpa que le imputaban. ¿Quiénes? Los judíos, desde luego. Los judíos fundamentalistas tienen una obsesión por llegar algún día a los brazos de su Señor Creador, mientras su pueblo se mata entre sí o sigue en conflictos con los musulmanes, otros que tergiversan el significado del Corán y dan su vida por Alá, el mismo al que llamamos Jehová o Dios.

Todas la religiones tiene un padre, un hijo y un espíritu santo. Los griegos, los persas, los egipcios no son la excepción. ¿De dónde viene toda esta creencia de la venida de un mesías a cambiar el pensamiento y la doctrina del individuo? Fue hace miles de miles de años, cuando un ser emergente de las praderas, que comprendió que un hueso o una piedra eran las herramientas básicas para considerarse civilizado, no supo explicar los fenómenos atmosféricos de la naturaleza: las lluvias, los terremotos, los rayos y los truenos, e inventaron a los dioses porque se sentía muy solo para entender por sí mismo qué es lo que estaba pasando. Y estas leyendas, mitos, tradiciones o lo que fuera, se diversificaron y cambiaron a medida que la población mundial crecía y se expandía por los territorios recién conquistados, para dar pie a una sola idea universal de la creación y que nos fue enseñada como el ABC del entendimiento humano. Ahora sabemos del Big Bang, del evolucionismo, de Galileo y las leyes de Newton y de Kepler, hemos asistido a los viajes al espacio -aunque sigo pensando que el hombre nunca fue a la Luna- y hemos encontrado vestigios de civilizaciones más antiguas que nos hace suponer que seres extraterrestres visitaron la Tierra mucho antes de que el hombre apareciera, idea recogida en la llamada Teoría del antiguo astronauta, defendida por una legión de seudocientíficos acreditados, pero que resulta interesante tener un punto de vista distinto a todo concepto existente hasta el momento sobre el tema.

No niego que la gente necesita de un Dios protector para echarle la culpa de sus desgracias o santificarlo cuando le va bien en la vida. Todo es cuestión de uno mismo, es la fe a sus propios actos que lo fortalece por seguir creyendo en que las cosas que pasan tienen un propósito, y que mañana más tarde conseguirá descansar en paz, dentro de un cajón de fino cedro o en una pequeña urna luego de pasar por el horno. Es por eso que me mato pensando en por qué estamos en este planeta, en esta sociedad, en este espacio de tiempo y no en otro. Einstein habló de mundos paralelos y de una cuarta dimensión que podría ser la puerta a los viajes temporales, y que sin embargo no se ha podido precisar dónde están. Tal vez un hoyo negro o agujeros de gusano, pero se sabe que su gravedad absorbe todo objeto y lo destruye, o quizá lo desmaterializa para enviarlo a otro universo, de la que se desprende la idea de la teletransportación. Sería genial trasladarnos de un lugar a otro y observar acontecimientos pasados o futuros y ser sus testigos presenciales. El problema es si tendremos el suficiente coraje para no caer en la tentación de transformar la historia, como en Volver al futuro. Llegar en el preciso instante en que nació Hitler o antes de que estalle la primera bomba nuclear o ver quién mató a Kennedy o atropellar a Alan García en 1984 o darle cianuro en vez de vodka a Abimael Guzmán, mientras danzaba Zorba el Griego. El mundo lo agradecería.

Y siempre me he preguntado, si todos esos ovnis que dicen haber visto en muchos países no serán seres que vienen de otras dimensiones, no precisamente de otros sistemas planetarios, sino que son los mismos humanos que vienen de nuestro futuro, que lograron encontrar la puerta del tiempo y el espacio, que son los mismos que dieron sabiduría a las primitivas civilizaciones para luego dejar vestigios de dichos conocimientos; porque, según la teoría del antiguo astronauta, hay una pequeña brecha de tiempo en la evolución que difiere mucho al proceso de desarrollo real que debió haber pasado el hombre para lograr una avanzada tecnología en cuanto a arquitectura, matemáticas y astronomía. Casi simultáneamente hubo un despertar de conocimientos interconectados por una especie de world wide web primitiva tanto en Egipto, Centro América y Sudamérica, parte de Asia y Europa, que supone que algo o alguien dio para cruzar el umbral de la ignorancia y pasarlo de generación en generación. O, de lo contrario, sobrevivientes de un planeta extinto vinieron aquí y plantaron una colonia para perpetuar su especie y que, gracias a la genética, fusionaron sus células con las de algún simio, naciendo así nuestros primeros ancestros. Y lo que llaman "Dios" pudieron ser estos seres que, según la Biblia, creó al hombre a "su imagen y semejanza". Todo es posible. Naturalmente, son conjeturas que deben tomarse en cuenta para investigaciones más profundas y con sustento científico.

No podemos vivir sin Dios y Dios no puede vivir sin nosotros. Es un negocio. Todo lo que hacemos en nombre del Señor es negocio. Negociamos con el dolor, con la fe, con el hambre de espíritu y con el conocimiento. La iglesia católica es la entidad más lucrativa que existe, después del Banco Mundial o en FMI. Aún no se sabe cuántos millones tiene El Vaticano guardados en sus bóvedas, pero es suficiente como para darle de comer a toda África. Pero no, prefieren enviar oraciones en lugar de dinero. Siempre que ocurre una desgracia, El Vaticano reza por las almas de los deudos; carajo, ¿no sería mejor dar un cheque para que esas pobres familias, que lo perdieron todo en un terremoto, tifón o masacre étnica, puedan llevarse un pan a la boca? Es más fácil rezar que meter la mano en el bolsillo. Luego hablan del pecado, de la lujuria, del robo, del asesinato. ¿Alguien recuerda la Inquisición? Juan Pablo II pidió perdón al respecto, de las atrocidades que cometió la iglesia a lo largo de su historia. ¿No creen que ya es muy tarde para eso? ¿Van a resucitar todos esos torturados y quemados en la hoguera? Al menos, ya tienen un telescopio para ver las estrellas. Ya es algo.

Los musulmanes tienen otro sistema de creencia: matar a los indeseables. Tienen que ser eliminados porque ellos son los únicos que comprenden la importancia de Mahoma como el salvador de los oprimidos y Alá como el ser omnipotente que acogerá en su seno a los puros de corazón. El fundamentalismo islámico, el que piensa que la fuerza es el único remedio contra los impíos, ha hecho posible que tipos como Osama Bin Laden o los ayatolas existan en la actualidad. El Al Qaeda es el vehículo para que dicho fin sea posible, es la versión con turbante de la Inquisición; pero ahora, en lugar de quemar en la hoguera a los infieles, los ametrallan o derriban sus aviones sobre edificios, sin importar que hayan niños, mujeres y ancianos. Todo porque no están de acuerdo con el trato que se les da o porque no tienen el poder mediático que sí ostentan los evangelistas, protestantes y católicos. De no ser así, en lugar del Club 700, tendríamos en la televisión al Club 11/9 o Un momento de reflexión con el Ayatola. Se sienten heridos porque Abraham prefirió a Isaac que a Ismael, pero también hay que recordar que el mismo Dios protegió a éste del desierto y al otro lo dio en sacrificio, astutamente salvado a último minuto como todo buen argumento que mantiene al lector pegado a la novela, porque hay que reconocer que la Biblia es una gran novela épica, digna de Dostoievski o Victor Hugo, con grandes pasajes que embelesa al más incauto de los mortales.

En todo caso, benditos aquellos que depositan su fe a un ser supremo, que mantienen los preceptos de caridad, amor, voluntad e inquebrantable labor espiritual para aquellos que ven perdidas sus esperanzas y creen que con la salvación eterna sus problemas han desaparecido por completo. Pero hay de aquellos otros que lucran para vivir cómodamente, dueños de su propia iglesia, con posesiones, con autos y helicópteros, con anillos y cadenas de oro, que domingo a domingo viven del diezmo de sus seguidores. A ellos sí hay que ponerlos en un avión y enviarlos de tour por el triángulo de las Bermudas, a ver si Dios le extiende una mano. Es como aquel viejo chiste de Condorito, donde Huevoduro, un cura que vive humildemente en su iglesia hecha de esteras, vestido con una sotana andrajosa, ve acercarse al Cumpa, también cura, y ambos intercambian experiencias de cómo sobrevivir en su iglesia. Mientras Huevoduro da todo el diezmo a la iglesia y ayuda a los feligreses, el Cumpa dibuja un círculo en el piso y toda moneda que cae en su interior al lanzar el diezmo al cielo son para Dios, las que caen fuera son para su bolsillo, viviendo humildemente con lo poco que logra captar; en cambio, Condorito aparece bien vestido con una sotana elegante y un auto último modelo, los otros se sorprenden de su prosperidad y le preguntan cómo lo hace. Y les responde: "Lanzo al cielo el dinero y lo que pueda coger Dios es para la iglesia y el resto es para mí". Eso parece ser el secreto de su éxito. Ya lo dije, buen negocio.

Lo que parecía una señal clara de represión y oscurantismo, ahora son simples enseñanzas erróneas de lo que es la vida y la posteridad que ella representa. El mundo no se acaba hoy ni mañana, no hay que alarmarse por señales extrañas en el cielo o por los pequeños sismos que se han presentado por estas fechas, o las intensas lluvias que azotan al resto del país o las inestables manifestaciones climáticas al principio del verano. Si deseas rezar, hazlo, porque de alguna manera reconforta que alguien al otro lado de la línea pueda escucharte; de lo contrario, ten la seguridad que aún existe gente buena que hará posible que aún tengamos fe en este mundo tan cruel y egoísta. El desánimo es la peor de las enfermedades y la confianza es el bálsamo de todo proyecto de vida. Solo es cuestión de nutrir nuestros sentidos con criterio y sabiduría.

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