jueves, 23 de febrero de 2012

Memorias de los años 90

Yo fui agente del SIN
Los muchachos y yo salimos a cumplir una misión. No era gran cosa, comparado con otras que sí daban miedo, hasta con los más cuajados del escuadrón. Teníamos que vigilar a un tipo que, según nuestras fuentes, era un terruco disfrazado de cantante. Una vez lo seguimos a una peña, donde debía dar un concierto. No lo hacía mal. Tenía carisma y se entregaba a su público. Luego de la función, lo esperamos a la salida e hicimos como que le queríamos pedir un autógrafo. Vaya, dijo, gente como ustedes le levantan el ánimo a uno en seguir  con esta profesión. Claro que sí. Y lo levantamos en peso y lo guardamos en la camioneta. Antes de que protestara, le amordazamos, le cubrimos el rostro con un calzoncillo usado y lo enviamos a nuestro escondite favorito. El forcejeo era extremadamente fastidioso, así que lo echamos a dormir con la culata de un revólver.

Ya despierto, se dio cuenta de que estaba amarrado en una silla, sin ropa y a punto de ser magullado por dos de nuestros agentes más fortachones. Así que te gusta cantar, le dije, ahora cántanos lo que sabes. Y el tipo empezó con La flor de la canela. Ah, eres vivo. "Es lo único que sé", dijo, acongojado porque no sabíamos reconocer su talento. Mis hombres le dieron, cada uno, un golpe demoledor tanto en el rostro como en el cuerpo. Sin embargo, el cantante no sabía porqué estaba en estas condiciones y a qué había venido. Le explicamos que las preguntas las hacíamos nosotros y él debía responder si respetaba su vida y la de los demás. Si es por las canciones, dijo, les juro que no lo hago tan mal.

-No seas imbécil -dijo el agente B-. Sabes a lo que nos referimos.
-Les juro que estoy más perdido que gallina en cementerio de elefantes -dijo el cantante.
-Tus bromas no nos van a ablandar.

Acto seguido, más golpes azotaron su tembloroso cuerpo, que ya no podía resistir más. Le explicamos de qué se trataba todo esto y negó rotundamente los cargos en su contra. Y le dimos una serie de acontecimientos de lo que había pasado meses atrás, de sus malévolas intenciones contra la paz social. Repetía unánimemente que se trataba de un error. Estaba convencido y trataba de convencernos de que solo era un cantante y quien haya dicho lo contrario, estaba completamente loco. "Loco vas a salir de aquí si no nos dices lo que queremos saber", dijo el Agente C. Y seguimos con los golpes.

Cuando el tipo se dio por vencido, cuando sus fuerzas lo abandonaron y creyó ver la luz al final del túnel, antes de dar su último suspiro, tuvo la molestia de tararear El plebeyo. Y quedó frío en el acto. "Este no nos va a decir nada", dijo el Agente B. Luego, una llamada por celular nos sorprendió a todos. Al otro lado del hilo telefónico, la voz de nuestro comandante en jefe nos preguntaba exaltado dónde estábamos. Le explicamos lo sucedido y nos dijo, con un rotundo carajo, que la peña era el Socavón, no el Eslabón. Sin decir una sola palabra, recibimos las amonestaciones del caso y una posible baja del cuerpo. Sin embargo, nuestro comandante en jefe nos hizo ver que un error lo comete cualquiera y eran gajes del oficio, como cualquier otro. "Limpien todo y vénganse para acá; yo invito los tragos". Hicimos lo que más sabíamos hacer. Cavamos una fosa al otro lado de la casa y dejamos el cuerpo del cantante en él, no sin antes quitarle todas sus pertenencias, no queríamos dejar cabos sueltos que lo reconozcan si llegaran a encontrarlo. Pero el Agente B era un experto cavador, porque antes trabajaba en un cementerio. Con el tamaño de esta tumba, dijo, van a encontrar petróleo en mucho tiempo. Más tarde, salimos rumbo a la peña y bebernos unas cervezas.

Qué tal bomba la de anoche
Era poco probable que ocurriera algún movimiento sedicioso en pleno toque de queda. La gente estaba preparada, por si acaso. Sin embargo, por los acontecimientos previos en varias partes de Lima, era necesario tener una vigilancia cuidadosa de todo sospechoso que merodease sin identificación. Lima ya no era como antes, llena de vida, de luces, de gente riendo y saludando a su vecino. Ahora, todos podrían ser terrucos. Se sospechaba hasta de los ancianos y de los perros. Escuché por ahí que esos miserables utilizaban perros para hacer explotar las comisarías o los comedores populares. Pero gracias a una de estas geniales ideas, se pudo capturar a varios. Parece que el animal no estaba bien entrenado y no se quedó donde debía estar y volvió donde su comando, que esperaba con el detonador. A alguien se le ocurrió comer papa rellena en ese momento y el olor atrajo al perro. Por la premura del tiempo, explotó cerca de ellos. La policía impidió que se fugaran y los guardaron hasta que llegáramos. En el cuartelito le hicimos ver perros hasta en la mierda que arrojaban por el miedo.

Cuando nos acordábamos, los muchachos y yo nos echábamos a reír. Mientras hacíamos la ronda, nos preguntábamos a cuántos habíamos matado desde que esto se puso feo. Cada uno dio una cifra aproximada. Casi todos no pasábamos de seis, hasta el momento. No nos sentíamos orgullosos, porque queríamos matar a muchos más. Yo había venido de la sierra, ahí la cosa estaba más cagada. Regresé porque el soroche me hace daño y sufro de presión alta. Aquí en Lima no es diferente, solo que hay puro blanquito. Pero ahora les tocó la buena, porque ni pensaban que los iban a tocar como lo hicieron. Bueno, el chino sabe lo que hace, de lo contrario ya se lo hubieran bajado hace rato. El que sí da miedo es el pelao. Hay que tener cuidado con el tío, una que haces y te vas de paseo a Cieneguilla, en una bolsa negra. Por eso, órdenes son órdenes, no hay que chistar. Como lo que hicimos en Barrios Altos. No podíamos separar quién era y quién no. Había que seguir nomás, de lo contrario mañana más tarde, podrían volver con más fuerza. Creo que no medimos las consecuencias de lo ocurrido. Pero lo hecho, hecho está. Es mi pellejo y mi trabajo. Y con el pelao no hay medias tintas, ya lo dije.

Cerca de la medianoche, el aburrimiento era sinónimo de perder el tiempo vigilando la calle. Solo veíamos algún tanque o un jeep con los chicos del ejército haciendo su ronda. Ni siquiera la casa, donde supuestamente estaba el líder de la banda, se veía ajetreada. Los muchachos y yo bebimos de una chata de ron que llevaba conmigo para casos como estos. El calor volvía a nuestros cuerpos y eso nos reconfortaba luego de varias horas sin poder dormir en una cómoda cama con tu mujer al lado. Tragos van, tragos vienen, se nos acabó la chata y tuvimos que improvisar. Uno de los muchachos salió de la camioneta y se acercó al jeep del ejército. Habló con ellos y cuando regresó tenía una botella de aguardiente. Ni cortos ni perezosos le echamos mano al trago. Quizá esa noche no hubo coches bombas, pero la bomba que nos metimos en el coche, esa sí estuvo buena.

Llegamos tarde, pero se hizo lo que se pudo
Ya el terrorismo había pasado a mejor vida, luego de la captura de sus principales cabecillas. El chino se reeligió y las cosas estaban tomando forma. El control era casi unánime y los medios hacían de las suyas bajo la mesa de las negociaciones. La gente parecía no importarle lo que pasaba en el gobierno, siempre y cuando hubiera tranquilidad en las calles. La plata iba a caer en cualquier momento y el país se vería beneficiado por la confianza del exterior al invertir capital en negocios de largo plazo. Bueno, ya sabemos que también los narcos metían mano en los asuntos del Estado, sobre todo el pelao, que era bien sabido que cobraba cupos para dejarlos trabajar en el VRAE y en el resto de la selva.  Sin embargo, lo que parecía un evento social y diplomático como cualquier otro de su envergadura, terminó con el asalto y toma de rehenes en la embajada de Japón. Vaya, eso sí fue de película, cuando vimos las primeras imágenes en la televisión. No pensábamos que eran tan inteligentes para perpetrar una cosa como esa, que ni Los magníficos serían tan osados de alardear. Nos pusimos en acción de inmediato y tratamos de que las cosas no se salieran de control y buscamos una salida pacífica. Pero estos jijunas no daban su brazo a torcer. Luego de varias rondas de negociaciones, se pudo liberar a las mujeres. Pero la resistencia de los captores nos dejó lelos y tuvimos que tomar otras medidas. Creo que ya saben a lo que me refiero, y la historia se encargó de inmortalizarlo. 

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