miércoles, 1 de febrero de 2012

Hijita, Scooby nos dejó

Qué difícil es decirle a un niño que su mascota ya no estará más con la familia. Buscar las palabras adecuadas que expliquen que no despertará más, es una tarea bastante titánica si se quiere demostrar que la prudencia es nuestra mayor virtud. Pero el niño sabe que las cosas de la naturaleza son a veces impredecibles e inevitables. No es cierto que un animalito solo es el guardián de la casa, el que espante a los gatos o el que hace destrozo y medio en el dormitorio de su dueño; la mascota es un miembro más, es el amigo más fiel, el que te acompaña en tus momentos de soledad o el hijo que no pudiste tener. Duele mucho cuando ya no está más, es aquel a quien veías al despertar porque te pedía comer, salir o jugar. El vacío es irreemplazable así tuvieras la necesidad de tener otra mascota que cubra ese espacio que dejó en su camita de espuma, la que pedías a gritos que no la mordiera; ver cada mañana su tazón, arrumado en el estante, o la lata de Whiskas que tanto buscabas porque era lo único que le gustaba, aparte del pescado y la leche.

A lo largo de mi vida he tenido muchas mascotas. Directa o indirectamente. Mi abuela tenía muchos gatos en su haber. A mí no me gustaban mucho, me parecían despreciables y nada simpáticos. Me llevaba mejor con los perros. Recuerdo a Patty, una samoyedo que murió trágicamente al ser atropellada por un imbécil que se pasó la luz roja. En ese entonces tendría cinco años, y no entendía ese sufrimiento que veía en mi mamá y hermanos. Simplemente recuerdo verla tendida en el suelo, sobre una sábana blanca. De su boca emanaba sangre. Estaba agonizando. Luego de ella vino la camada de cockers, que la abuela nos regaló. Bufo y Anita, los más bellos ejemplares que jamás había visto y que vivieron al lado de mi madre por casi veinte años. De ellos nacieron otros tantos. Uno de ellos, Bobby, fue a dar a mi casa. Aunque algo huraño, era un pequeño miembro que no tuvo mejor vida que la que le dimos. Cuando murió, tras una agonía que me partía el alma, nos quedó de consuelo Sheela, una mezcla de doberman con algún otro espécimen canino, que en apariencia era el feroz azote de los extraños que merodeaban la casa, pero que en el fondo era una tierna criatura, cariñosa y leal. No tuvo mejor suerte; al parecer, una alergia ocasionada por la vacuna la envió al otro mundo. Tenía solo tres años y fui incapaz de comprender por qué debía morir de esa forma. Fue la primera vez que me vi llorar por un animalito, era un miembro de la familia, era mi hermanita, era mi amiga.

Ahora tenemos a Musa, un poco de galgo, otro poco de gran danés. Difícil de decir. Nos acompaña hace siete años, fue traída en la época en que Sheela tendría un año. Los celos hicieron que ésta le volara el ojo derecho de una mordida. Quise darle un parche, pero no dejó ponérselo. Sin embargo, debo decir que quien me removió las entrañas fue un gato. Un gato que encontraron en la calle, desnutrido y a punto de ser víctima de los abusos de aquellos que ven a un animal como cualquier inutilidad. El día que lo recogieron, hubo química entre los dos. Cuando le dieron un baño se refugió en mis brazos, fue ahí que mis sentimientos hacia los gatos cambiaron y me hice su protector y amigo. Se subía a mi cama, dormía conmigo, como un hijo que busca el calor del padre, y jugábamos casi toda la tarde. Nico, un gato de esos que cuando crece se hace independiente, soberbio, que sabes que cuando salta hacia el techo no volverá jamás. Pero él sí volvía.

Nico era un gato peculiar. Quizá, dentro de su naturaleza, lo hacía independiente pero a la vez necesitado de afecto y protección. A la hora exacta volvía de sus aventuras nocturnas para que le diera de comer. Sus maullidos eran casi una exclamación. Exigía sus alimentos como buen macho que era. A veces peleaba con otros gatos. Su lloriqueo, casi de niño, podía escucharse en la madrugada. Uno tenía que estar llamándolo para que vuelva a la casa. Pero le gustaba el golpe. No quería volver sino hasta la mañana siguiente, sucio, con mal semblante, con rasguños en la cara y en el torso. Una vez su mirada me asustó. Era una mirada siniestra, intimidante. Por fin, dije, te volviste adulto.

Tenía solo un año cuando mi abuela lo encontró en el techo, muerto. Le habían dado de comer bocado. Verlo ahí, en un rincón, inerte, con la mirada perdida, ensuciado por sus mismos flujos, supe que mis sentimientos hacia ese pequeño ser eran auténticos. Lo quise demasiado. Era mi hijo, lo reconozco. Cuando alguien se aferra demasiado a alguien es imposible no evitar sentirse miserable si te lo quitan de la noche a la mañana. Otra vez no podía creer que un ser indefenso se fuera de esa forma. ¿Qué daño había hecho? ¿Por qué la gente comete ese tipo de atrocidades inhumanas? No puedo borrar de mi mente esa imagen: sus ojos dilatados, como dos canicas, como preguntándose qué había pasado, qué está sucediendo. Es por eso que me he alejado un poco del razonamiento humano, de la lógica que me hace ver si formo o no formo parte de esta sociedad insensible, despiadada, destructiva. Mis sentimientos son claros, mi amor por este gato fue más allá de todo lo que he querido en estos años. Ni siquiera el amor de una mujer puede competir con este sufrimiento que me ha vuelto huraño y amargado.

Los animales también tienen derecho a vivir. Esto no es un zoológico, donde se le debe dar de comer a un animal porque así dicen las reglas. Ni siquiera se debe permitir tenerlos enjaulados, porque son seres como nosotros, libres, con una voluntad inquebrantable de posicionarse en su comunidad. Sería interesante tratar al mismo humano como tratan a los animales, encadenándolos, encerrándolos, privándolos de una buena comida y tenerlos descuidados porque solo es un animal. Y eso es lo que muchos dicen: "Solo es un animal". Es imperdonable dicha lógica. Pero es inútil entrar en razón con aquellos que simplemente hacen y deshacen a su antojo lo que otros creen cabalmente en la defensa de estas indefensas criaturas. Tal vez, esperan que suceda como en el Planeta de los simios para comprender que sus acciones no son las correctas.

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